Fotografía de Gerardo Alquicira
¡Joven!, ¡joven! Ay… dispense la molestia, pero ya sabe cómo es esto de la edad, bueno, quizás ahorita no, pero en unos años verá. A usted aún le quedan unos cuantos años más a diferencia de los que Diosito le podrá dar a este viejo. Fíjese, no le miento, yo había sido un lienzo en blanco, sin mancha alguna, durante largo rato. Aunque eso sí, era un poco más notorio que los demás, pero sólo un poco: así es cómo me había tocado ser. Qué puedo decirle, joven, mi vida ha sido muy tranquila, incluso cuando comencé a sentir los cambios y efectos en el cuerpo, por ejemplo, por todos lados me salió cabello ¡y en abundancia! No se diga tampoco de la barba, poco me faltaba para que también llegara a ser kilométrica.
Afortunadamente para la ropa no batallé mucho porque me pusieron unas buenas galas de época, con eso tuvo mi padre y sus hijos para convencerme de que haría voltear las miradas a donde fuese, hecho que ocurrió más pronto que tarde.
Cuando salí de casa hacia mi nuevo hogar, al principio me cohibí un tanto, los vecinos estaban todos muy galantes con sus detallitos y sus brillantes atavíos; pensaba que quizás me habían dejado en un lugar equivocado, sentí que no merecía estar al lado de tan distinguidas personalidades, sobre todo por las damas: tiernas criaturas de las que sólo había escuchado palabras dispersas. Creo que hasta antes de ese momento no había tenido la fortuna de estar tan cerca de una mujer, mucho menos una como la que vivía en el mero centro de aquel hogar: grandota, grandota, refinada, con su cabello peinado al detalle, luciendo toda alhaja con tal gracia que parecía estar rodeada de un perpetuo resplandor, como si en algún momento de la vida se fuera a despegar del suelo y surcar los cielos. Tan alto estaría que nadie podría acercársele, ni siquiera para pedirle atentamente que regresara.
Así duramos largos ratos, en silencio, cada quien repasando sus propias circunstancias en su espacio designado. Algunos de pronto tenían visitas, a otros les dejaban unas velas para el frío o para seguir contemplando la inmensidad de nuestro hogar por las noches. ¡Ah, pero eso sí! Teníamos que estar atentos a ciertas horas del día porque el casero, yo supongo que lo era, venía de repente con sus asistentes, algunas veces para dar unas palabras a los que venían a ver a cada uno de nosotros; al principio los caseros duraban muchos años, otras veces los asistentes tomaban el cargo y traían a otros nuevos, pero hasta hace poco los caseros parecen cambiar más seguido y no creo que sea porque fallezcan, no lo sé, esa será otra cosa, pero volviendo al tema, en ese entonces ¡nos hablaban como si supiéramos qué tanto estaban diciendo! Bueno, sí, en algún momento lo supimos, pero han pasado tantos años, joven, que si me pregunta qué tanto decían, por más que haga el esfuerzo de memoria ya no lo recuerdo. Sólo sé que poco a poco fuimos dejando una lengua por otra, como si una se echara a perder y no quedara más remedio que cambiarla por la que usamos ahorita.
Parecer ser que todavía sirve, aunque de repente se escuchan unas barbaridades y otros ruidos que ni los animales que todavía hay aquí parecen comprender.
¡Ah, pero eso sí! Cada uno tenía su festejo una vez al año. Las gentes que venían a vernos seguían las indicaciones del casero y sus asistentes para salir a pasear. ¡Imagínate lo que era salir de casa entre tantas manos! Debía de ser algo increíble para los que podían, porque como te había comentado, algunos de nosotros éramos diferentes, más altos o más anchos y el salir digamos que no era tan sencillo. Pero de todos, la que más atención recibía era la mujer del centro, ¡con ella sí que se lucían! Traían de todo, incluso, con el tiempo, hasta se escuchaban truenos a pleno día; ya después supe que era algo llamado cuete o cohete, algo así. Pero lo que en todos estos años nunca faltaba era la música, así como los cantos y palmadas envueltos entre risas y lágrimas. Aquella mujer debía de sentirse muy amada a pesar de que su rostro siempre mostraba una nostalgia, como si descansara de un gran pesar que la aquejaba.
Ay, joven, ¡cómo pasaron los años! Pasaron marchando, siempre revolviendo el polvo del suelo, pero ese velo se hacía más denso cuando en boca de todos rondaba la visión de sangre derramada, haciendo un cierto lodo del que querían escapar y quizás sentían que al visitarlo ese coágulo desaparecía, idea que reunía a los cotidianos y a los que sólo nos visitaban un día a la semana. En esos tiempos nos aclamaban desesperadamente para que interviniéramos para dar término a tal suplicio, ¿pero nosotros qué podíamos hacer por ellos? A final de cuentas, la calma regresaba de una u otra forma; aun así las personas volvían a nuestro hogar a darnos las gracias, incluso sin siquiera haber tenido que hacer un ápice de movimiento. Eso me recuerda cómo nos demostraban su cariño. Antaño nos traían flores, algunas cositas de metal o en algún descuido del casero trataban de tocarnos, algunos con más éxito que otros. Pero, sobre todo, lo que siguen trayendo son unos cilindros que, al ir brillando, poco a poco se deshacen, dejando a su paso humo y calor. Algunos cuantos nos dejaban unos discos de metal, frutas o humos. Quién sabe qué afición hay con tanto humo, aunque no se pudiera ver claramente, seguían disfrutándolo.
Pero de seguro te estarás preguntando cómo es que llegué aquí. Bueno, déjame decirte, mi joven amigo, que también me he hecho la misma pregunta por largo tiempo. Un día estuve en el centro de la casa y después estuve en otra parte distinta. Otro día llegaban a mí decenas de personas y al siguiente, si bien me iba, una o dos me pasaban de largo. No he podido entender qué había hecho para que cambiaran de parecer tan fácil conmigo, si siempre traté de escuchar lo que me decían, no podía negarme a que dejaran sus ofrendas o retazos de papel con letras e imágenes a mi alrededor. ¡Qué podía hacer, pues, sino acostumbrarme! No hubo otra salida. Así fue como llegamos a este preciso momento, mi querido amigo. Así como tú, otros han pasado, pero has sido de los pocos que se ha detenido a escuchar lo que este vejestorio tiene que contar. Han sido unos largos años, más de trescientos seguramente, pero a mi edad ¿¡quién lleva la cuenta, caray!?
Veo que no estás solo en esto, hasta han preparado todo un circo para mí solo, ¡cómo cambian las cosas! Antes me bajaron con maderas y muchas manos, ahora con un par de cuerdas y metales rarísimos ustedes seis lo han logrado. Vaya que es bueno volver a sentir el piso de nuevo, la pared ya me estaba cansando un poco, más cuando llovía: los bemoles de ser un viejo. Ay, querido amigo, si pudieras ver cuánto lloro por lo que están haciendo por mí, al quitarme de encima esas telarañas tan odiosas. Pero sobre todo el polvo, ¡ay, ese maldito polvo! Ustedes sí que son más cuidadosos que los otros groseros que me traían como si fuera cualquier cosa. Oh, vaya, ¡qué elegancia!, ¡nuevas ropas qué lucir!
Muchísimas gracias por arroparme, creo que les haré caso, me merezco una siesta en total oscuridad; quizás sí sea lo mejor. Como te he dicho a lo largo del rato, ya en este punto de la vida no me importa quedar oculto otros trescientos años. ¡Ay, jóvenes cómo me conmueven! Sus cuidados han sido demasiados hacia conmigo, no sé cómo agradecérselos, más porque no tengo qué ofrecerles. ¡Cuántas molestias por un triste cuadro que estaba por ahí colgado!
Bitácora:
El día de hoy a las 14:00 hrs. se descendió el cuadro del muro norte del templo, mismo que fue trasladado al espacio designado para su limpieza, protección y embalaje para su conservación preventiva. Los restauradores han detectado deterioros por humedades y falta de mantenimiento. Se recomienda una restauración integral para su salvaguarda y reintegración.
Se desconoce el origen de la pintura, pero se estima que es del siglo XVIII con retoques en el siglo XIX y XX, por lo que se solicitan estudios completos para la obtención de información sobre los pigmentos utilizados.
Nota personal:
Hubo un momento en que, al descender el cuadro y contemplarlo durante su limpieza y embalaje, sentí una especie de conexión, quizás sea porque es el primer cuadro que desciendo profesionalmente, pero algo me dice que debo hacer el mejor trabajo posible, como si el cuadro se lo mereciese después de tantos años.