Fotografía de Gerardo Alquicira
Fue allá por los años noventa cuando comenzaron las desapariciones misteriosas, o al menos cuando se hicieron visibles. No sé si a causa y en consonancia con la popularidad de las narrativas de lo sobrenatural o de las de lo alienígena; quizá por la creciente fama de series como X-Files o Twin Peaks en las que las desapariciones eran, sin duda, la trama central de sus historias. Pero lo cierto es que ahora, hoy en día, esas desapariciones se volvieron reales, reales porque ya no son extrañas, reales porque son visibles, reales porque son forzadas, no misteriosas.
Recuerdo perfectamente una discusión que sostuvimos T y yo sobre las “desapariciones misteriosas” y cómo es que muchas de éstas se relacionaban con lo subterráneo. Lo recuerdo porque, a diferencia de los demás viajes, éste lo hicimos en el metro, por la noche y casi sin gente.
Hace algunos meses me pasó algo muy raro que después relacioné con alguna entrada que leí en uno de los tantos blogs que sigo. No te conté, ¿verdad? No, creo que no. Iba de regreso, observando a cada llegada de estación el nombre de éstas, y estoy seguro que Balderas se repitió dos veces: en la primera, en la normal, subió gente, como siempre, pero en la segunda no, apenas si se abrieron las puertas cuando ya se estaban cerrando: era una Balderas vieja, por el tiempo, más no por el uso, y sin transbordo, no recuerdo haber distinguido el color rosa en el dibujo. Bueno, quizá fue sueño, cansancio o cualquier otra cosa, pero recuerdo que me dio la impresión de que, quien conducía, tomó una ruta equivocada por error. O quizá no, quizá siempre ha estado ahí, pero no la notamos, quizá el tren nunca se detiene en ese túnel.
Las desapariciones y los subterráneos están ligados estrechamente: aquello que desaparece (a quien desaparecen, porque hay un agente en todo esto), termina o bien en un canal o bien incinerado o bien debajo de la tierra. Lo “subterráneo”, como tal, se define como “[…] todo lo que está u ocurre debajo del suelo”. El subterráneo es un sistema complejo de transporte que cataliza parte de la tierra, es lo que hace que ocurra algo debajo de ese suelo. Tiene una función importante: oxigenar y mover, establecer redes y circuitos de todo un órgano más complejo: la ciudad o, en su defecto, las ciudades. Por eso no es nada errado llamarle arteria. Y no es por eso extraño que, en esa construcción híbrida, que habita la superficie y también las cavidades del subsuelo, se manifiesten narrativas paranormales y misteriosas: hay una larga tradición de leyendas de aparecidos, de entidades desconocidas, de animales mutantes, etcétera. Y es que, por su naturaleza, el subterráneo está ligado a lo oculto y lo funesto: túneles, cámaras, criptas, ergástulas, hipogeos, catacumbas, aguas subterráneas…
No te parece que hay una necesidad, no necesariamente nuestra, de que permanezcamos debajo de la tierra. Entiendo que el metro se haya construido subterráneamente para evitar las congestiones del tráfico de la superficie (quizá también para ocultar lo que no quieren que se vea en las superficies), pero hay una parte desconocida en todo esto, una parte primigenia, oculta, salvaje, de regresar a la oscuridad, a los túneles, a las cuevas, aunque también está esa otra parte aún más rara, la de estar siendo desplazados, de un lugar a otro, dentro de algo más grande que nosotros, dentro de algo y bajo algo con lo que no vamos a poder comunicarnos. ¿Has escuchado hablar de Los que comen de la Tierra? También se les conoció como Los que devoran el tiempo. Eran una especie de gusanos gigantes que perforaban cualquiera parte de la tierra y, a su paso, creaban ductos, canales, por los que luego regresaban y salían a la superficie: algo así es el subterráneo, es como si llevaran mucho alimento para algo más grande [¿combustible?], si quisieran, no podrías salir de ahí, te quedarías siendo devorado por las ratas.
Ahora que traigo estos recuerdos al presente, no puedo dejar de relacionar ciertos eventos importantes con lo subterráneo, quizá no necesariamente al metro, pero sí a lo que se o nos ocultan debajo del suelo.
Ya casi se cumplen cuatro años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y aún no ha sido esclarecida la situación. ¿Dónde están, qué les sucedió? Es muy probable que estén muertos, que hayan sido brutalmente asesinados, pero lo que sí sabemos es que siguen desaparecidos. Cuando las autoridades se dieron a la tarea de buscarlos, de buscar sus cuerpos, encontraron dos fosas, con decenas de cuerpos ya en una fase avanzada de descomposición: éstos no correspondían a los de los 43 estudiantes, eran otros, insospechados, desaparecidos también.
Durante la construcción del Metro de la CDMX, en 1969, un año después del asesinato de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, se hallaron, en las inmediaciones de lo que ahora es el metro Pino Suárez, varias construcciones arqueológicas y estatuas de la época prehispánica: algunas se conservaron, otras se destruyeron, sin hacer aviso a las autoridades correspondientes. Entre ellas, se cuenta, estaba la representación de la cabeza de Mictlantecuhtli, el dios mexica del Mictlán.
En Ecatepec, durante la excavación que se hizo para la construcción de la nueva autopista mexiquense, durante la gubernatura de Enrique Peña Nieto, se halló una gran cantidad de restos humanos, la mayoría pertenecían a mujeres, de casi todas las edades: las excavaciones, cabe apuntar, no fueron muy profundas, ya que se podía dañar parte del canal que corre paralelo a la autopista.
La filósofa sueca, Laura Thörnblad, en su libro Políticas de lo oculto: exhumando la historia, dice que durante la etapa industrial del siglo XIX se realizaron muchos descubrimientos no intencionados:
[estos] revelan una cara oculta de la empresa industrializadora, pero son muestra de la causa colonizadora y capitalista que los hicieron ser el imperio y las máximas potencias de hoy en día. En Sudán, por ejemplo, durante el protectorado de Gran Bretaña sobre Egipto, se construyó una gran plaza central que tenía como objetivo focalizar y reunir la meca del comercio árabe. Durante la construcción de la obra arquitectónica, se encontró una de las pocas representaciones del Señor de Desierto, Nyarlothotep, una de las deidades más desconocidas del panteón egipcio. Al tener noticias de este descubrimiento, Muhammad Tawfiq, jedive del gobierno en curso, ordenó su destrucción. (81)
La tierra necesita de cuerpos, ¿no crees? Es como si nos los exigiera, y el lugar de encuentro siempre es lo subterráneo: tumbas, tumbas, tumbas. Toda nuestra ritualización nos está recordando, constantemente, que vivimos en una entidad viva, pero erramos al querer comprender sus motivos moralmente, es más, erramos al considerar que detrás de todo eso hay motivos: la tierra se expresa, pide, hace u ordena, nunca pregunta.
En los ejemplos anteriores, y con relación a la perspectiva de Laura Thörnblad, encontramos un proceso similar al de la exhumación: se desentierra lo que estaba enterrado, pero no con una intención de por medio, sino por error. A este proceso, al del error, podríamos llamarle exterración: ‘sacar de la tierra lo que debe permanecer oculto’. Cuerpos, muertos, ruinas, antiguos dioses, todo está expuesto a la exterración. Sin embargo, hay cosas que tanto la Historia, como el Estado y, en general, cualquier institución, intentan mantener ocultas, ya que cuando se asoman a la superficie ponen en riesgo la estabilidad de la que tanto presumen, ponen en riegos la construcción de su (y nuestro) sistema de realidad, sistema en el que operan de manera óptima. No todo es ocultable, al menos no por siempre.
Regreso aquí a las desapariciones misteriosas: cuando hay un sesgo en un sistema que exhibe su fracaso, sale a flote un proceso similar al de la exterración, sólo que en este caso no hay un descubrimiento, al contrario, se pretende un nuevo ocultamiento. La sobrenaturalización, o el proceso por el cual se cambia el escenario de lo real, tiene como propósito mover la responsabilidad, la agentividad de quien hace o provoca las cosas, hacia un punto en el cual no se puedan ni se intenten comprender las razones por las cuales suceden ciertas cosas. Nuevamente, fueron muy sonados y populares los casos de desapariciones a cargo de sectas, narcosatánicos, alienígenas, incluso se llegó a hablar de diminutos agujeros negros que funcionaban como trampas espaciotemporales de las cuales, quien entrara, no podría salir.
Un ejemplo de esta sobrenaturalización sería el cuento “Fiesta brava” de José Emilio Pacheco, en el que, por cierto, el metro, es decir, lo subterráneo, juega un papel sumamente importante: un escritor se vuelve víctima de su propio relato al ser capturado por unos hombres al salir del metro Insurgentes: el propósito de la captura, teniendo como referencia el relato que él mismo escribió, es sacrificarlo en una de las ruinas prehispánicas que se ocultan entre las vías del metro. ¿Por qué? Para que no revele lo que supo, lo que se supone debe permanecer en silencio.
Hace poco vi un video de un tipo que descubrió, gracias a las imágenes de Google Maps y a diversas publicaciones periódicas, que en ciertos accidentes o eventos catastróficos aparecen las mismas personas. Según él, tienen la obligación de vigilar que, en efecto, quien tenga que morir muera. Los llama “Los búhos” porque se ven estáticos y tienen un aspecto ocre y marrón. Bueno, en una de las imágenes del video aparecía un lugar que reconocía. Era el metro de la ciudad, no supe qué estación, pero estaba seguro que era el metro, nuestro metro, así que me puse a investigar. En la fotografía original, pude revisar, también aparecían “Los búhos”, aunque no tan focalizados como en el video, pero eran ellos. Según descubrí después, la fotografía retrata un accidente horrible que sucedió en el metro Viaducto en 1975, en el que murieron más de 50 personas a causa de un extraño choque de trenes: lo raro es que en la fotografía sólo aparece un tren, no dos, además, no hay información al respecto, excepto la que te platico ahora. En el Archivo Histórico de la Ciudad de México debería estar registrado el suceso completo, pero sólo le dedicaron media cuartilla en la que hablan de una falla mecánica y de sólo de un muerto y tres heridos.
Desaparecer las apariciones: exterración y ocultamiento, normalización y sobrenaturalización. Estos hombres-búhos, similares a los hombres adyacentes de los que habla Bernardo Esquinca en sus relatos o a “la multitud” que describe Ray Bradbury en su relato homónimo, son también los encargados de desaparecer lo que no tiene o no debe conocerse: desaparecer siempre bajo un doble procedimiento, se trata de desaparecer las apariciones, pero también de desaparecer las desapariciones, ¿cómo? olvidándolas, moviendo de lugar su punto de crisis, su responsabilidad. Sin embargo, esta tarea parece imposible hoy en día, no se pueden ocultar las 280 fosas subterráneas clandestinas o los 35 mil desaparecidos que van desde el 2006 a la fecha.
Hay un tren que lleva miles de pasajeros, a cada estación suben más, cada vez más. Avanza con tal ritmo que pareciera está detenido, pero no, se mueve. No se percibe dentro de él el tiempo, pero sucede. Nadie baja, sólo suben y suben más: alguien, quizás tú, observa por la ventana: a veces luz, a veces sólo sombra. ¿Por qué seguimos aquí?, se pregunta, ¿a dónde voy? El tren sigue su ruta, una ruta que parece marcada. Después el tren ya no se detiene porque no hay estaciones, avanza por el subterráneo que es su conducto… ¿es el tren o el túnel el que se mueve? Hay en ese tren miles de personas, personas que ya no regresarán a la superficie, personas que ahora están perdidas, que desaparecen ahí, en la vida subterránea y que no tienen otro propósito más que morir y alimentar.