Fuente: Archivo Histórico de la UNAM (AHUNAM)
Intervención: Hugo de la Barrera, Ixchel Landa Canché, Nahja Ramírez, Juan Gerardo Ugalde y Sebastián Vergara
1968 no es arqueología. 1968 no es historia. 1968 es presente.
Así lo demostraron los ataques porriles perpetrados contra decenas de estudiantes el pasado 3 de septiembre, cerca de la Torre de Rectoría de la UNAM. Han pasado 50 años desde el inicio del Movimiento Estudiantil que culminó con la Masacre de Tlatelolco, pero la sombra de la represión aún no.
No es arqueología.
Mucho se comentó el evento en los medios, la noticia estuvo en todos lados. El 3 de septiembre de 2018 no fue un día soleado. Y, sin embargo, hasta el día de hoy no sabemos quién fue el responsable, quién pagó los autobuses en los que vinieron —desde el Estado de México— los jóvenes que atacaron a los estudiantes y disolvieron su manifestación pacífica. Existen grabaciones. Pero el Gobierno del Estado de México no las ha liberado.
No es historia.
Lo mismo ocurrió entonces: silencio encubridor, omisiones administrativas que sólo sirvieron para proteger a los culpables y obligarnos a olvidar. Ése es el legado del 68: el olvido. Más temprano, hoy, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México retiró de todas las estaciones del Metro las placas que tenían el nombre de Gustavo Díaz Ordaz. El acto tal vez quería ser una protesta, pero terminó siendo una complicidad. Olvidar la infamia es volver a sepultar a los muertos; sólo que esta vez duplicamos el agravio, porque los sepultamos sin un rostro y sin una historia. En el lugar donde estuvo el nombre del asesino no están los de los cientos de jóvenes que fueron asesinados en la plaza de las Tres Culturas. Cadáveres anónimos, polvo sin nombre.
No se olvida.
Nosotros no queremos olvidar porque no queremos repetir. Necesitamos una Universidad segura, sin represión. Y no podemos esperar otros 50 años.
Es presente.















