Teníamos miedo a la Gran Manzana
atravesada por gusanos devoradores
capaces de pudrirte el alma.
Temíamos los dientes de hiena
que, a mordiscos insistentes, te desgarraban
sin importarles tu dolor y tu pena.
Temíamos que nadie comprendiera
que surgió de imprevisto,
aunque ninguno de los dos lo quisiera.
Temíamos al fuego de sus lenguas
–de serpientes sibilinas–
y a la ira de sus ojos, desatada y sin tregua.
Huimos a través de la niebla, con pasos indecisos,
sin saber a dónde ni hasta cuándo.
Y dicen que ellos nos echaron del Paraíso.
Imagen tomada de Pinterest