Esta entrevista forma parte del dossier “Estudios Novohispanos”, en esta ocasión platiqué con Iván Escamilla, quien es investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Esta entrevista se desarrolló a partir del marco que reflexiona y critica la actualidad de la época novohispana, pero ahora en los estudios académicos, y la construcción de la identidad mexicana. Este ejercicio de entrevista devino en un ensayo oral que versa sobre la actualidad de los estudios coloniales, la diversidad en la Nueva España y sobre el mito de la homogeneidad de esta sociedad.
Si la identidad es una construcción dinámica, el nacionalismo en la educación básica no tendría que estatizarse y saltarse tres siglos de historia entre el esplendor prehispánico y la Independencia. Sin embargo, continúa siendo así y, desde que somos niños, nos enseñan una historia donde sólo hay héroes y villanos, tal vez es por eso que la época novohispana no es un tema tan atractivo… o tal vez es que tememos ‒como dijo Iván Escamilla en la introducción de su libro Los intereses malentendidos‒ estudiar esa construcción que nos ha hecho ser lo que somos hoy.
¿Por qué es importante estudiar la época novohispana para entender lo que somos hoy? ¿Cuáles son estos rasgos a los que tememos de una época aparentemente lejana pero que es más cercana de lo que pensamos? ¿Cuál puede ser un mecanismo para hacer la época novohispana un tema más atractivo para sectores no especializados? ¿Qué de la época novohispana nos permitió adquirir las identidades que tenemos hoy como sociedad diversa de norte a sur? ¿Por qué deberíamos replantearnos esa visión de sociedad vencida y con la capacidad de construirnos más allá de la derrota?
La presente entrevista busca dialogar con estas preguntas:
Andrea Ortiz: La idea es pensar en la actualidad a los estudios novohispanos, no sólo desde lo que se ha hecho en la Academia, que bien ha realizado un arduo trabajo de investigación sobre la colonia. Una inquietud que yo tengo, como alguien a quien le gusta lo novohispano, es que cuando hablas con alguien sobre este periodo, esa persona puede que no tenga consciencia (ni idea) de qué sucedió en ese tiempo. Estoy segura de que es por el tipo de educación que recibimos desde los primeros años de educación básica, en resumidas cuentas nos conquistaron y acabaron con esa gloria prehispánica y luego llegó Miguel Hidalgo y nos salvó a todos; luego de eso se habla más del siglo XIX y XX pero esos tres siglos que hay en medio, no se tocan, se dejan de lado.
Cuando iba en la escuela me hablaban más sobre la esclavitud y la minería, soy de Guanajuato: “sí, el esplendor de las minas”. Sólo de eso se hablaba. No hay una historia novohispana que sea fácil de aprender, o al menos no una que se haya trabajado para construir algo qué aprender; no hay nombres como Miguel Hidalgo, Ignacio Allende o Josefa Ortiz de Domínguez. Esto es lo que me inquieta, no hay una difusión de este periodo a sectores no especializados. Es por eso que quise realizar estas dos entrevistas, una que versa sobre otra manera de hacer historia y difundirla desde los investigadores de a pie, y ésta, desde lo que se hace en la UNAM, donde hay estudios académicos y críticos especializados. Comienzo: ¿Por qué es importante estudiar la época novohispana para entender lo que somos hoy?
Iván Escamilla: Es que ese es el meollo del asunto. Porque como bien dijiste al principio de la conversación, uno como estudioso, especialista dedicado a ese periodo, cuando quiere hablar con los demás, y a mí sí me interesa hablar con los demás, no solamente con el reducido círculo de colegas especialistas, pues tiene que empezar efectivamente desde cero, desde mostrarle a la gente que lo que sabe acerca de esa época o no es nada o es muy poco o está muy sesgado, está condicionado por una serie de creencias, de principios dogmáticos; que como bien dijiste nos vienen desde la escuela, sea pública o privada, no hay diferencia en ese sentido.
Yo durante ya más de 13 años he dado una clase de Historia de Iberoamérica colonial en la Facultad de Filosofía y Letras en la carrera de Estudios latinoamericanos. Ahorita que tú expresabas: qué es lo que sabemos, lo que la gente sabe o ¿por qué a la gente no le resulta fácil acercarse a esa época? Es justamente porque el relato histórico que recibimos (yo lo llamaría un relato político ideológico, más que un relato histórico) es una construcción cuasi-mítica de los orígenes del Estado mexicano, que es el objetivo que tiene la historia en la educación. Ayudar al ciudadano en ciernes a incorporarse a una comunidad imaginaria, que se ideó en el siglo XIX, que para hacerlo se ideó un relato al que se le dio nombre de “historia”, que como tal está en las portadas de los libros de textos, en los cuadernos de los alumnos, en el horario de las clases, etc., cuando en realidad no es así. En ese relato, por ejemplo, en el caso de los mexicanos, ese periodo tiene importancia, sí, pero es una importancia accesoria porque para empezar, como bien decías, en la construcción ideológica del pasado que se nos enseña hay una esencia de lo mexicano, hay un esencialismo que se identifica, en primer lugar, con las culturas anteriores a la llegada de los europeos; un esencialismo que considera que esa es la raíz es un discurso que se crea en el siglo XIX pero sobre todo en el siglo XX.
El recientemente fallecido Miguel León-Portilla es un ejemplo de esto. Mi colega, tengo que decirlo, investigador de mi instituto, Investigaciones Históricas de la UNAM, era muy chistoso en sus conferencias, se enojaba, era muy enfático en su forma de expresar, y decía: “¡No somos gatos de la historia!” Así, con esa expresión. Y no somos gatos de la historia porque teníamos unas culturas a la misma altura y de la misma grandeza que los egipcios, los persas, algo por el estilo… y aquí era una cultura madre, entonces no le pedíamos nada a nadie. Y nótese: “no somos gatos de nadie”, ahí ya había una apropiación del asunto; él era parte, él suscribía este discurso; él decía que los mexicanos teníamos que conciliar que eso era parte de nosotros. Entonces qué pasa… que llega el momento de la conquista.
En el siglo XIX la época colonial había sido la piedra de toque para definir a qué extremo u otro del espectro ideológico se estaba, de acuerdo con su posición respecto a lo que había sucedido en esos tres siglos. En el siglo XX cambió un poco, es decir, la época colonial siguió existiendo como una forma de definir lo que era propio de lo que era impuesto. Efectivamente, lo propio, como acabamos de decir, eran esas grandes culturas; lo resultante de la conquista era una imposición: ajeno, violento, lamentable en muchos sentidos, esa era un poco la definición general. Por otra parte, el siglo XX agregó un elemento, que hasta cierto punto rescataba ese periodo, pero de nuevo, una vez más, enfilándolo hacia una construcción nacional, impuesta por el Estado. ¿Qué pasaba con la época colonial en la construcción del Estado en el siglo XX? Pues se volvió la era del mestizaje. Esa era la razón por la cual había que recordar ese periodo. Por eso no era tan importante conocer nombres, personas, acontecimientos en concreto. A la hora de construir este discurso, la educación oficial qué hizo: centrarse en el acto mismo de la imposición.
Un ejercicio que llego a realizar en mis clases es preguntarles a mis alumnos el nombre de cinco personajes de la época colonial que no sean Cortés y la Malinche, ni uno de la Independencia. Invariablemente el resultado es que los alumnos me mencionan personajes del siglo XVI que son conquistadores o frailes. ¿Por qué la época colonial se define, en la educación que nos dan, como un momento de imposición? En primer lugar, es la imposición violenta por la espada y por la cruz, esa es la definición que se da. Pero estos acercamientos no es algo que se inventó el siglo XX, ya Vicente Riva Palacio (1832-1896) lo había hecho en México a través de los siglos, por ahí de 1880 y tantos; lo que el siglo XX definitivamente rescató del periodo colonial es que fue le época del mestizaje. ¿Por qué? Porque el Estado nacional mexicano en el siglo XX enarboló el mestizaje como elemento global de unificación de la identidad nacional. Es lo que decidió el Estado: no vamos a desconocer la importancia de esa época, pero su importancia reside en que conformó este crisol genético, cultural, en el cual todos ya somos mexicanos. Es justo contra lo que va Yásnaya Elena en ese, “Ëëts, atom. Algunos apuntes sobre la identidad indígena”[1], y en todos sus textos.
Ella ha establecido una frontera, a diferencia de tantos otros intelectuales, que decían: hay que luchar por la incorporación de lo indígena dentro del Estado nacional mexicano. Pues la postura de Yásnaya es: “no, ¿yo por qué? A mí no me interesa”. Por eso ella es radical, va contra todo este discurso de básicamente un siglo, que ha servido a la construcción de Estado mexicano. Determinar que todos los mexicanos somos mestizos y que, por lo tanto, por importantes que puedan ser los elementos de esa identidad, se subsumen en esa categoría única y que supuestamente nos iguala a todos. Un artilugio muy ingenioso que ha servido justamente para achatar, eliminar identidades disidentes, para eliminar lenguas que implican otras formas de organización social y política, y también para eliminar otros aspectos de la composición de la sociedad, que no para todos son fáciles de asimilar o que no quieren asimilar.
La identidad mestiza del mexicano, tal como se definió en el siglo XX, no incluía, por ejemplo, a los descendientes de los esclavos africanos. Todo el movimiento actual, hablando de identidades, sobre visibilización de identidad afrodescendiente, refleja, simple y sencillamente, que durante 100 años la identidad mexicana se ha definido como mestiza y se ha decidido que el periodo colonial se ha definido por eso. Por todo lo demás, sólo hay dos o tres rasgos dependiendo de la circunstancia. Por ejemplo, en Guanajuato, en efecto, ni modo que no se hable de las minas, ¿verdad? De la minería de plata. O dos o tres rasgos culturales que básicamente sirven para reafirmar el discurso de la identidad mestiza.
Entonces, quizá, la importancia de acercarse a la época colonial es para demostrar que es más complicado de lo que nos lo han contado. De que nuestra construcción como sociedad ha sido mucho más compleja, que se ha privilegiado un discurso que achata las diferencias y que subraya todo lo que es conformidad, cosa que a un estado le conviene: no quiere tener fracturas en su interior. Cuando en realidad, lo que uno descubre y por lo cual creo que es importante estudiar la época colonial, es que, si algo ha privado siempre, es la diversidad: como sociedad, como cultura. Habría que hablar de sociedades, de culturas en constante comunicación, que a veces es conflictiva, con mucha frecuencia, otras veces es resultado de negociaciones y acuerdos, pero que esa diversidad nunca ha desaparecido. Cuando se nos enseña la época colonial se nos enseña que todos fueron obligados a aceptar una misma religión, y se hace para resaltar que de la conformidad del catolicismo a la conformidad de nuestro grandioso Estado mexicano, mejor la de nuestra grandiosa identidad mexicana.
Uno empieza a estudiar los fenómenos de la comunidad religiosa, de la religiosidad en la época colonial, y se da cuenta que nada más lejano de la realidad que eso de una sola identidad religiosa, había muchas identidades religiosas. Empecemos por los llamados, de manera simplificada, porque es una simplificación y una imposición, indígenas: la religiosidad de los diferentes grupos indígenas, el cristianismo de los diferentes grupos indígenas era muy diverso, era muy distinto. No era igual en las ciudades que en los pueblos; no era igual en la región de la cuenca de México que en Oaxaca, no era igual en la península de Yucatán. También podemos hablar de los cristianismos indígenas, que conviven con otros cristianismos, como el cristianismo dogmático del clero, y eso no es lo mismo. Incluso uno se mete a ver a los religiosos, a los clérigos y se da cuenta que la práctica religiosa de los franciscanos no es igual a la de los jesuitas, ni que a la de los clérigos seculares; había una pluralidad. No es lo mismo, por ejemplo, la religiosidad entre las élites de las ciudades que la religiosidad popular en las ciudades, ¿por qué? Porque hay una diversidad. Si algo definió a la sociedad colonial fue una pluralidad de identidades, se tenían que reconocer una serie de principios, digámoslo así, generales. Sí, todos tenían que ser hijos de la iglesia, súbditos del Rey, pero dentro de eso, había una complejidad de entenderse así mismos dentro de esas grandes categorías generales. Y claro, eso generaba conflictos: se crearon instituciones para reprimir las manifestaciones más claras y conflictivas de esa diversidad, la Inquisición, por ejemplo. No podemos decir que no existía la Inquisición, claro que existía como modelo de conformidad dentro de la ortodoxia religiosa. Pero, para empezar, la Inquisición actuaba sobre un reducido número de la población, que eran los no indígenas; y además actuaba sólo cuando esos elementos de pluralidad podían, de manera muy clara y manifiesta, atentar contra los principios más generales de la convivencia dentro de la conformidad religiosa.
Por lo general, el resto del tiempo, la gente iba por el mundo teniendo diferentes formas de entender su religión de acuerdo con los textos que leía, de acuerdo con su incorporación a cofradías, congregaciones a las que pertenecía, de acuerdo con la línea moral del confesor con el que iba. Es decir, uno descubre eso y lo mismo si analizamos otros elementos de la conformación política y social. Existió siempre esa diversidad de identidades. El otro día discutía con mis alumnos un texto sobre un historiador tlaxcalteca del siglo XVII, un historiador indígena, quien escribía una historia cronológica de la provincia de Tlaxcala, y utilizaba, en su texto escrito en náhuatl, para referirse a los tlaxcaltecas, o el término tlaxcalteca o una variante del término “indio”, que curiosamente no refería a los indios como jurídicamente los definía la Corona española en su legislación, es decir, como una masa de que todos son iguales y se les define bajo la tutela paternalista de que todos son iguales bajo la Corona; ellos usaban la palabra “indio” de una manera en que única y exclusivamente se referían a los tlaxcaltecas, aquellos que formaban parte de esa estructura de la provincia de Tlaxcala que se concebía como una continuidad con el altépetl compuesto de la república de Tlaxcala anterior a la Conquista.
En realidad, es darse cuenta que, cuando estudias un periodo, la ilusión de una época donde todo está monolíticamente definido y conformado es una ilusión perpetrada por el discurso histórico posterior, y a éste siempre le ha interesado reducir al común de los habitantes a una conformidad imaginaria, que se traduce a su vez en una conformidad política y también en un orden social, inevitablemente. Es interesante ver que un rasgo que prevalece en nuestra sociedad, desde la época colonial es la gigantesca desigualdad social. Inevitablemente reluce aquí la cita, famosísima, de Alexander Von Humboldt, en el Ensayo político del reino de la Nueva España, que dice que no había visto una sociedad que tuviera una distancia más monstruosa entre los que no tienen nada y los que tienen todo como en la sociedad que había visto en el reino de la Nueva España.
El momento de decir: “bueno, y ¿qué vamos a hacer para reducir esa brecha?” es el que nunca llega. Nunca llega porque siempre existe esa disculpa. Esa es la otra cuestión de la época colonial, la importancia de conocer es darnos cuenta de cuán tramposo ha sido ese discurso, siempre usa esa genealogía, esa génesis histórica en la época colonial de cualesquier defectos que podamos tener como sociedad, que van desde la desigualdad hasta el anterior presidente de este país diciendo: bueno, de qué se preocupan si la corrupción es un tema cultural, más que nada. Déjame decirte, actualmente hay una corriente de estudios muy importante entre los historiadores de la época colonial, están estudiando el problema de la corrupción. A nivel mundial es un tema, ¿estamos de acuerdo? Pero en el caso de la historia de este país, hay un grupo muy importante de historiadores que están estudiando que implica eso de la corrupción. Qué tanto de la manera como se entendía la corrupción en la época nos puede ayudar, por ejemplo, a entender la corrupción tal como la entendemos hoy en día. Ya lo decía Marc Bloch: “cuidado con buscar el ídolo de los orígenes”.
Creo que más bien hay que buscar la diferencia. Considero que nos importa estudiarlo para darnos cuenta cuan complejas son las cosas, cuan complejo ha sido el proceso de conformación de nuestra sociedad y cuan lejos ha estado de esa conformidad y ese monolitismo que siempre se le ha atribuido, primero a la sociedad colonial y luego a lo que el Estado reivindica como legítimo para sí mismo. A mí me gustaría que se entendiera, se estudiara más esta época por otros rasgos.
Desde hace varios años participo en el comité organizador de la Olimpiada Mexicana de Historia[2]. Es un concurso que durante varios años ha organizado la Academia Mexicana de Ciencias, se asemeja a las olimpiadas nacionales de matemáticas, química, etcétera. En este caso, desde hace ya casi 15 años, se ha ido haciendo una olimpiada de historia de México, claro, no nos permite participar en una competición internacional, pero es muy interesante porque nos ha hecho acercarnos, a los que nos hemos dedicado a esto, a los niños, a las niñas, para tratar de ver qué saben, qué entienden de la historia de su país. Tiene como propósito que los chicos se den cuenta que el estudio también puede traer recompensas, que a nosotros como historiadores nos interesa entender cómo se enseña la historia, qué otros elementos que no sean el discurso oficial forman parte de la conciencia de lo histórico que existe entre los más jóvenes en este país. Entonces claro, eso implica que preparamos exámenes, preparamos pruebas, que en parte son de conocimiento fáctico, pero también, sobre todo en la última parte, son de creatividad, de expresión, en fin. Siempre mis colegas se burlan de mí porque, me acuerdo que en uno de los exámenes, muy ingenuamente, por supuesto, yo quería que les preguntáramos a los jóvenes cuál fue el primer libro que se había impreso en este país o en este territorio. Bueno, está difícil que lo sepan. Pero a mí me parecía un dato importante para cualquier persona por el simple hecho de que la primera imprenta de este continente se estableció aquí y aquí se imprimió el primer libro de este continente.
Los relatos que aprendemos en la escuela casi siempre van enfocados a que el resultado final de la historia es la solución de todos nuestros problemas; que siempre es la conformación del Estado, de un régimen, que busca darle resolución a todos los problemas que al pueblo mexicano se la han planteado a lo largo de su existencia. Y no, habría que entenderlo de otra manera. Sería buscar y entender efectivamente problemas como la desigualdad, pero también problemas como la discriminación, la segregación, invisibilización de sectores enteros, de culturas enteras. Donde podríamos encontrar continuidades, pero también muchas diferencias. Es algo que me pasa mucho con mis alumnos de la licenciatura, les digo: yo no voy a hacer apología de la época colonial, ojo (porque muchas veces se pensaba o que era la condena absoluta o era la apología desmedida), yo no les voy a decir que en aquella época no existía la violencia, el hurto, el saqueo, la explotación, lo que les voy a decir es en qué se distinguía, en qué es diferente de la que existe hoy en día, qué parte de lo que existe hoy en día quizá tenga que ver con estructuras culturales, sociales, económicas o políticas, pero, por otra parte, es absolutamente un resultado de nuestro presente y es nuestra responsabilidad también: es reconocer que de nuestro presente somos responsables nosotros. Dejar de utilizar la historia como una especie de chivo expiatorio, una especie de exculpación nuestra. Dejar de justificar nuestro racismo: “es que viene de la época de la colonia”… espérate, no somos la gente de la colonia. Si la gente de hoy decide y opta por tratar mal a una persona porque habla una lengua diferente del español, es su decisión, es su circunstancia la que la lleva a tratarla así, hay una motivación que surge del presente y por lo que ha decidido ser así, ¡no le eches la culpa a Hernán Cortés, perdón!
Queremos recurrir a metáforas culturales, tomadas prestadas de metáforas literarias, construcciones discursivas, para explicarnos estos problemas. En alguna pregunta mencionas lo de la sociedad vencida. Bueno, ¿de dónde viene eso? De uno de los libros que mas daño le ha hecho a este país: El laberinto de la soledad de Octavio Paz. Siempre les digo a mis alumnos: dos libros de Paz de los cuales hay que alejarse, así como si fuera el anticristo, son: El laberinto de la soledad y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. ¡Santo Dios! Resulta inverosímil que a estas alturas se siga citando el libro de Sor Juana… como un elemento serio para abordar, por ejemplo, la cultura del siglo XVII novohispano, o peor, la del siglo XVIII. Era un señor con mucha imaginación, entonces lo que él se imaginó en la época colonial, lo convirtió en un escenario para poner a su Sor Juana, y El laberinto… pues lo mismo. Recurrir a una explicación psicoanalítica para explicar a su vez la psicogénesis del mexicano y entender a generaciones y generaciones que arrastran el peso muerto de ser los hijos de la Malinche. ¡Santo Dios! O sea, él se lo imaginó… pero que los historiadores, antropólogos o sociólogos, crean que es un elemento que nos puede brindar categorías objetivas de interpretación de la realidad… ¡señores! Al Estado le sirve para crear estas exculpaciones del presente, estos pretextos para no modificar algo porque ya está en la psique del mexicano.
Ahí está la utilidad de estudiar esto en serio y de buscar las formas, sé que no es fácil. Me consta que muchos colegas míos han trabajado preparando libros de texto para las escuelas, estoy hablando de secundaria, donde tratan de introducir una nueva visión de este y otros periodos históricos, que pueda presentarles una visión diferente a los jóvenes. El problema es que hay que pasar por la mediación del docente, y los profesores no siempre están abiertos a entender esto porque eso implica desaprender todo lo que les han enseñado, implica un esfuerzo distinto, para la preparación de los materiales, lo entiendo perfectamente desde el punto de vista de un docente que tiene que afrontar la dificultad de explicar estas cosas a jóvenes en quienes no existe necesariamente el gusto o interés por la lectura… lo entiendo, pero hay que intentar hacer las cosas de una manera distinta. Por eso este proyecto de la olimpiada nos ha entusiasmado mucho a mis colegas y a mí (te quiero decir que en esta competencia anualmente se han inscrito alrededor de 115,000 a 120,000 jóvenes en la primera etapa). No es suficiente, quisiéramos que hubiera otras vías y canales, pero la formación académica no nos ayuda muchas veces, a lo mejor en las generaciones más jóvenes de colegas ya ha habido una intención por prepararlos en este sentido, para la difusión de la historia. En mi generación eso todavía no existía, intentar hacer algo diferente significa ir contracorriente.
AO: Cursé la materia de literatura novohispana II el semestre pasado y me quedó claro que, como nos decía una profesora de historia del arte novohispano, no podemos estudiar las manifestaciones artísticas únicamente con modelos europeos, sino que también hay que estudiarla desde lo que se desarrolló aquí. Nos decía la profesora de literatura: sí, es que en la literatura colonial, los temas eran prácticamente tres: la guadalupana y otros dos. Y yo pensaba: está bien, sé que parece haber temas reducidos, pero no puede ser que hayan sido tres siglos y sólo se escribiera sobre, si acaso, cinco temas…
IE: ¡Sólo eso se les ocurrió! Es que sabes qué pasa, y digo, sin afán de írmeles encima a los colegas que estudian la literatura novohispana o colonial hispanoamericana en general, el problema es que, de nuevo, esas definiciones lo achatan todo a una sola cosa, lo ciñen a tres, cuatro temas, ¿qué es lo que se enseña de literatura novohispana? En realidad, la cultura letrada de un pequeño grupo, simplificada a temas que se supone son los mismos a lo largo de tres siglos… Suponiendo que esa era la única cultura letrada que existía. Una de las cosas que discuto con mis alumnos es respecto a las élites que pretendían ser la única voz que existía en esa sociedad. Por poco que uno se ponga a estudiar, se da cuenta que hay muchas culturas letradas, que no es lo mismo aquella que tenía posesión y privilegios sobre una imprenta y un círculo de intelectuales, por ejemplo, los practicantes cultos de las artes, a la de los técnicos, a la de las élites de las repúblicas de naturales. Es decir, es un mundo, son muchas culturas letradas, tradiciones letradas distintas, pero los que dan clase se resisten a que existan otras, las únicas que hay, son estas que además están consagradas por unos pocos nombres que puntean el camino. Entonces: que si Sor Juana, que si Cervantes de Salazar, que si Balbuena y luego un saltote hasta final del siglo XVIII [en la licenciatura de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UNAM en la modalidad de SUA, el siglo XVIII y XIX, españoles y novohispanos, se concentran en una sola materia de un semestre].
El pensamiento de la época colonial se estudiaba así antes: una genealogía de unos cuatro, cinco cabezones que a lo largo de tres siglos iban llevando estos mismos temitas: que si la guadalupana, que si la grandeza mexicana y los iban trasladando a lo largo de esos siglos y ya, cada uno le iba agregando una capa de pintura al mismo asunto, lo mismo. Eso era lo que se entendía y como se estudiaban las cosas. Afortunadamente eso está cambiando, pero muchos estudios son así. Los estudios literarios apenas se están abriendo a otras cosas, hay otras escuelas de investigación, otras líneas de trabajo, que están abriéndose a entender otras cosas, que no es esta visión tan cerrada que sigue enseñando.
AO: Hay otras expresiones literarias, como los mitos novohispanos [ahora agrego las literaturas hierofánicas] que también son literatura y hablan de cómo se conformaron estas sociedades, de lo popular, digamos, porque no se conformaron leyendo a Sor Juana. Es más, me atrevería a decir que un gran sector de la sociedad [de ese tiempo] ni siquiera sabía que existía Sor Juana.
IE: Es que es eso también. Nos sucede así cuando todo se quiere entender a partir de un par de mitos cómodos que lo quieren explicar todo. No sé si has ido al famoso Museo Internacional del Barroco, en Puebla. Yo salí de ahí de veras llorando. Pero es interesante, porque cuando la gente empieza a tener una perspectiva menos negativa de la época colonial, lo identifica con eso: es que es el barroco, es que así somos los mexicanos, por eso somos como somos, por eso tantos rodeos y al final no hacemos nada. El barroco es otra explicación que nos hace únicos, incomparables con el resto del mundo y que lo explica, de nuevo, todo, es “lo bueno y lo malo”; desde la corrupción, hasta la lambisconería política, hasta los chiles en nogada. Entonces va uno a este lugar y le echan el rollo de: uy sí, una época muy bonita donde todos vivían en una fiesta constante, de estímulos a los sentidos, donde la música, la literatura, las obras de teatro de Sor Juana y Molière… Es muy probable que un elevadísimo porcentaje de la población jamás tuviera contacto con esto, o lo tuviera con la versión que ellos mismos decidieron desde su propia necesidad, desde la funcionalidad que requería su propio entramado de relaciones sociales. Y decir que todo es barroco, y poner en el mismo plano a las élites criollas de la Ciudad de México y a la gente de la Villa Alta de San Idelfonso en Oaxaca, me parece una falacia absoluta, es crear otro cuento de hadas genial para vender algo sin preocuparse mayormente por la complejidad que tiene.
Los académicos a veces acaban siendo los mayores promotores de estas cosas, que es lo más triste del asunto, cuando se casan con dos o tres explicaciones fáciles de la época colonial. Alguien escribe una idea genial y detrás de eso sólo hay imitadores. Como Francisco de la Maza escribe genialmente sobre el guadalupanismo y detrás de él 300 gentes más lo único que hace es replicar y aplicar el mismo modelo a los tres siglos y a todas partes como si todo fuera igual. Pero eso ya es un problema de las disciplinas históricas, de menor o mayor calidad de la investigación.
[…]
Si bien el pasado es este continente desconocido cuya recuperación es muy compleja, siento que no hay que desanimarse, al menos en este periodo hay una complejidad para lo distante que está de nosotros, para lo diverso que es ese pasado. Sin embargo, hay una cantidad de elementos que vale mucho la pena tratar, estudiar y arriesgarse a su ordenamiento, a su clasificación, a la búsqueda de problemas por los cuales valga la pena hacernos preguntas
Santísima Trinidad, (1780) de Andrés López (1727-1807)
[1] https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/f20fc5ef-75e2-44d0-8d5b-a84b2a87b7e3/eets-atom-algunos-apuntes-sobre-la-identidad-indigena, consultado el 5 de marzo del 2020.
[2] https://amc.edu.mx/amc/index.php?option=com_content&view=article&id=87&Itemid=61, consultado el 31 de marzo del 2020.