Son las cinco veinticinco p.m. aquí, pero no allá donde estás. Me dejo llevar por los ruidos que azotan mi calle a las cinco veinticinco, cierro los ojos y siento cómo la cortina roza mi pierna desnuda, con delicadeza, como una caricia que va y viene a ratos. Los perritos de enfrente ladran, y en…
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