Abril
Contigo llevo dentro tanta muerte.
LUNA MIGUEL
April is the cruellest month,
breeding Lilacs out of the dead land.
T. S. ELIOT
Comenzó un húmedo día de abril,
una masa rosa crecía en mi cuerpo.
Seis semanas, según un análisis de sangre.
En la pantalla, un parpadeo;
el ginecólogo dijo que había algo extraño.
La pequeña masa rosa seguía creciendo,
igual que mi temor.
Antes del día triste fuimos al hospital,
tres doctores me revisaron la barriga:
no había nada, el titilar del ultrasonido se detuvo,
explicaron que las células crecieron a destiempo,
tú tomaste otro camino.
Después del último ultrasonido,
en la oscuridad de la calle,
veía mujeres con las panzas hinchadas,
panzas llenísimas,
tanta felicidad en sus ojos;
tú ya no estarías conmigo,
salir del hospital es ir de un lugar frío a otro más.
Lloré todas las noches, todas las mañanas.
Pregunté si te podías quedar adentro
aunque se me pudriera el cuerpo.
No quería que te sacaran de mí,
sal de mi sal,
rosas grises surgían de mi boca.
Yo sólo quería dormir mucho.
Negras raíces encallaron en mi útero,
creciste como un árbol de octubre,
simiente seca en el nacimiento de mi cintura.
Lo peor vino después de la pastilla:
el dolor se retorcía como escarcha en el fuego,
la sangre no corría en hilos finos,
había coágulos rosados y rojos,
agujas de hielo se clavaron en mis muslos,
en la abertura entre mis piernas,
en lo más hondo.
Ya no quise estar ahí.
Él tomó mi mano un segundo,
lloraba en un lugar donde no pude verlo;
su abuela me decía cosas del otro lado del teléfono;
dolor sordo entre mis sienes,
ojos húmedos de tanta negrura.
La mañana después del hospital
se hizo densa como nube de piedra.
Piedra hecha nube.
La tarde fue un riachuelo estancado en la peste.
*Poema publicado en el poemario Agapantos, Mantra ediciones, 2018.
MIL QUINIENTOS GRAMOS
Para Agustín Cadena
Así exhaló el último suspiro y murió.
Denos Dios a todos nosotros, bebedores,
tan liviana y hermosa muerte.
JOSEPH ROTH
Al principio, el hígado cirrótico es amarillo tostado, graso e hipertrofiado (…), con el paso de los años, se transforma en
un órgano parduzco, contraído.
ROBBINS
Amanece la tristeza de las campanas, escribo tu cuerpo,
agua que se vuelve musgo y encalla en tus hombros,
poro de nube, piel que navega;
escribo la despedida y la palabra que se endurece entre mis labios.
Tu muerte, como otras muertes,
fue breve, no dio tiempo de llorarte,
fue rápida, un poco incolora;
se me quedó dentro,
creció lentamente,
no se volvió flor o musgo,
se hizo herida,
granada putrefacta en despoblado.
Tu cuerpo,
putrefacción lánguida,
fue construyendo su camino,
dolor breve:
muerte ajena que entretejía cicatrices de alcohol,
muerte incierta y severa,
transparente, como tu piel;
te fuiste vaciando de a poco,
no había más sangre en ti.
Tus huesos,
susurro de almadías sobre el río,
se fueron evaporando entre tus costillas;
marca oscura de la memoria,
vaso que habita la sombra de tu muerte, nuestra muerte.
Cuando me fui a otra ciudad tú habitaste un lugar terrible,
peleaste con demonios que no conozco;
cuando volví no pude decirle nada a la tierra, ya se había asentado,
como corteza de árbol seco que se detiene en el aire;
mi adiós fue brusco y tardío.
Ahora queda sólo tu aliento que cesa y permanece sepulto bajo la piedra;
en las noches intento conjurarte
para preguntarte tantas cosas:
si la muerte duele, por ejemplo,
o si quieres más mermelada de zarzamora.
Sólo queda tu aliento que permanece sepulto bajo la nada
y la casa que no se ha caído ante tu ausencia,
hogar de salitre y antigüedades, casa edificada en el vacío de tu cuerpo.
*Publicado en la revista PUF! número 5, junio de 2017.
Imagen: La flor de la vida de Frida Kahlo