Aimee despertó; sin muchas ganas, se arrastró fuera de su cama. Con más disciplina que ánimo, se puso la sudadera y pants con los que practicaba kata todos los días, y pese la poca cooperación del sol, salió a entrenar porque sabía que hoy era un día especial.
El agua hirviendo de la regadera le regresó la vida. Una ensalada y un vaso de leche fueron todo su desayuno; mientras los degustaba, miró la entrada de un mensaje en su celular: era él. La verdad, es que sí llegó a pensar que iba a cancelarle o que quizá le avisaba que llegaría tarde, en cambio, solo era un escueto «buenos días». Aimee sonrió, esas atenciones sin sentido era lo tercero que más disfrutaba de él. Tras unos momentos de echar la cabeza para atrás pensando cómo contestar lo que quería, desbloqueó el aparato, abrió la mensajería y alcanzó a escribir «deja un huequito para al ratito ;)», poco antes de que llegara un ciento de mensajes, entre los cuales, inmediatamente debajo se asomaba el chat de Gerardo. Aún le consternaba. Sintió la compulsión de leerlo, pero prefirió no hacerlo: hoy era un día especial y nada, ni nadie, lo iba a arruinar.
Botines blancos, falda café holgada y una blusa con moño, que de lejos parecía chaqueta por el corte recto, fueron toda su indumentaria. Por reflejo iba a ignorar el listón azul que quería ponerse en el cabello, pero no lo hizo; aunque sabía lo que estaba en juego, quería lucir estupenda, y lo trenzó con habilidad. Lista para un día especial.
El sol, finalmente tan despierto como ella, buscando enmendarse, le mandó el calor que le había negado en la mañana, y ella lo aprovechó para caminar hacia la plaza donde tendría su tan esperada cita. Avanzó sonriendo, contenta y llena de sí hasta que sonó el teléfono. Aimee estaba segura de que lo había bloqueado, pero no… seguramente tenía nuevo teléfono. La sorpresa fue que no eran Edgar, ni el odioso número desconocido que, cuando tenía suerte, era alguien ofreciéndole un seguro; era él. Sonrió mientras contestaba.
Su voz era baja, pero de buen tono. Siempre hablaba con frases cortas y solía decir algo sin mucho sentido que la obligaba a decirle todo lo que pasaba por su mente, mientras él se limitaba a comentar imitando sonidos como los que encuentras en el fondo de una película. Esa forma tan casual que tenía de convertir una conversación en un desahogo, era lo segundo que más disfrutaba de él. Lo cual, estaba coronado con el hecho de que se tomara el momento para hablarle como todos los días, aun cuando, en menos de media hora, se verían.
Llegó a la plaza que tanto disfrutaba, y como llegó por la acera, pasó de largo a Carlos, el valet que recibía a los pasajeros de los taxis. Aimee tuvo que acelerar el paso: además de buen mozo y atento, cuando le convenía, Carlos era sumamente perspicaz. Ella sintió la mirada e, incluso ya lejos, lo vio levantar el brazo para llamar su atención; no pudo seguirla porque llegó otro cliente. Estuvo cerca. Ya dentro de la plaza, brevemente incómoda por lo acontecido, se armó de valor para lo que seguía, porque si acaso sintió duda, era precisamente por Carlos, el joven amable que la recibió un incontable número de veces cuando llegó en auto, que debía hacer esto. Hoy era un día especial.
Decidida, subió al tercer piso como si marchara. Pese a sus grandes pasos, esto no evitó que saludara y fuera saludada por Don Héctor, quien afanaba el suelo y con quien charló sobre su alto y peligrosamente joven nieto, mientras esperaba que terminara de secarse el suelo sin perder un ápice de resolución. Lo mismo con Karla, la alta chica de los perfumes que le dio una muestra de Shamsel: “electricidad hecha fragancia”. Con Manuel, el de los muñecos que le dijo que estaban por sacar un nuevo peluche de “¡Hola Vivi!”, la gatita más popular del mercadeo. Alan, quien le aseguró que sus mangas llegaban la siguiente semana; y el absurdamente apuesto Erick, el chico de los trajes que engañaba a otros hombres haciéndoles creer que se verían como él si compraban ahí. Justo al final de las góndolas, al único que no encontró fue a Eder, su proveedor de la felicidad semilíquida, el Icy, una especie de helado que se sorbe y cuyos potentes sabores eran su razón de vivir cada semana y la forma más eficaz de mostrar su afecto.
Con su rutina interrumpida, se pasmó un momento frente al mostrador tratando de entender la situación y, cuando miró hacia los lados, temerosa de que el puesto estuviera cerrado, de abajo del mostrador apareció esta chica portando el mismo uniforme ridículo rojo con amarillo de Eder; solo que, claro, excepcionalmente lúcido, aun la boina, a la que creía no había manera de sacar provecho.
–Hola, amiga. Me llamo Miranda –saludó con una muy leve sonrisa–, ¿cómo te llamas?
–Aimee –contestó menos cohibida por el saludo.
–Si me permites, te ves estupenda, y nada haría mejor tu día que un Cherry Kiss Pistaccio.
Aimee sonrió al escuchar tanto el cumplido como la excelente recomendación.
–Sí. Así me siento, dame el CKP y el OSG.
Miranda sonrió ampliamente mientras, disimulada, miraba la carta tratando de ver a que Icy correspondía a aquel acrónimo.
–Orange Smile Gelato –le sopló Aimee en voz baja.
–Gracias. Empecé el lunes, y aunque prometí aprenderme los acrónimos y lo que transmiten, la verdad parece que Eder, más que una franquicia, tiene un culto.
–Así es –contestó Aimee con una expresión difícil de leer–. Yo no soy tan intensa, pero sí conviene que te aprendas todos los Citrus Shockwave y los Spicy Hot, la mayoría viene por el fix puro de felicidad o por la sensación de irte ardiendo en llamas eléctricas. Sería muy peligroso que los confundas– aclaró con el rostro serio.
–Ok… es bueno saber que tú vienes por el –miró el menú– «merezco la vida que tengo» y el «bienvenido a mi vida».
–El Orange Soursmile Neve, el OSG, es «doy gracias porque estés en mi vida».
–Ah– contestó Miranda, sin saber cómo reaccionar ante el error.
Las dos se quedaron en silencio y, eventualmente, Aimee sonrió y comenzó a reír, haciendo que Miranda se relajara; seguro que en sus cinco días ya le habían caído los más intensos, y comenzaba a temer que ella fuera la reina de los chicos Vanilla Touch: Eduardo, Ramses y Hugo, quienes no fueron tan amables en mostrar sus faltas.
–No te preocupes, estarás bien –contestó tranquila—; solo cuídate de los pubertos que piden los Strawberry Caress o los Pinapple Lick y, pase lo que pase, no le aceptes a nadie un Blue Kiss Wink, demasiado intenso y poderoso para quien quiere vivir mucho: la receta al desastre –guiñó.
Miranda sonrió al escuchar el entusiasmo de esta joven sobre los productos de lo que esencialmente solo son raspados de una fuente de sodas. Pero siendo por mucho la más alivianada de todos los no-casuales que había atendido, para hacer charla le compartió:
–Eso mismo dijo Eder. De hecho, estaba tan seguro que no podría manejarlo, que me dejó contados los BKW, y me dejó claro que solo los sacara en una emergencia.
–Muy sabio. Sería imposible operar sin ellos, pero, sin duda, es una enorme responsabilidad –terminó con voz firme.
Justo en ese momento lo vio llegar a la planta baja, así que abrió su cartera de “¡Hola Vivi!”, y pagó ambas delicias mientras se despedía para llegar a la mesa donde enfrentaría su destino.
–Gracias. Oye, si puedes con ese uniforme, puedes con lo que sea.
Aimee caminó hacia la mesa donde puso ambas copas. El OSG tenía su naranja intenso que brillaba amenazador. Era todo o nada. Cuando trató de mentalizarse, sus miradas coincidieron, tras lo que él, mientras, aun subiendo por las escaleras eléctricas, hizo el movimiento del hechizo de ascenso, una de las runas de la saga Bajo los Días de Concordia con la que se había enganchado los últimos dos años, porque hablaba sobre el poder colectivo de la humanidad para darle forma a lo sobrenatural a través del entendimiento personal, una deliciosa trama llena de ideas complicadas, pero esclarecedoras, sobre la naturaleza del universo, y en la que este hombre había sido el amoroso sensei de Aimee, compartiendo la pasión por los libros, largos desvelos nocturnos discutiendo teorías por redes sociales y, lo mejor: jamás ocultando la intensidad con la que lo disfrutaba.
Eso es lo que adoraba de él, y ahora avanzaba hacia ella con ese porte relajado que tanto le lucía. Aimee, enseñada en artes marciales desde joven e instruida por este brillante espécimen de los geek contemporáneos en las artes del ñoñeo y la libertad humana, le sonrió. Se acicaló y, tras un suspiro, le ofreció con la mano derecha el Orange Smile Gelato; un delicioso agradecimiento por ser parte de su vida.
Él claramente se sorprendió, no tanto por el helado, como por la solemnidad del acto, y sin conocer la pesada mitología detrás del signo, la miró. Pese a lo perfecta, se veía estresada, en estado de alerta, como si esperara algo. Él, meticuloso como siempre, pensó con cuidado lo siguiente que diría, precisamente como había aprendido de la sabiduría de Concordia. Así que, antes de lograr articular algo y tomar la copa con OSG, ella dio un paso al frente como para hacer lo que parecía un saludo casual, cuando en realidad, lo pasó de largo y, con un movimiento veloz, atrapó una flecha con la mano izquierda.
Fue un gran triunfo. Con la flecha disolviéndose en destellos de energía rosa atrapada en la mano, todo lo aprendido resultaba cierto. Era un día especial, como tantos otros, y esta vez no dejaría que eso lo arruinara.
Su cita giró buscándola y la encontró sonriendo satisfecha, solo para notar el momento en que, al escuchar el aleteo, ella lo empujó a la silla, salvándolo de otro flechazo que se siguió de largo. Confundido de lo que sucedía, la vio resuelta y demasiado cerca, los ojos clavados el uno en el otro solo interrumpidos por el listón en su cabello sobre su rostro. «Discúlpame un momento», movió la boca con muy poco sonido saliendo de sus labios levemente rojos y se giró para patear la nueva flecha y correr hacia el desprevenido ser que venía de cacería. La creatura, sorprendida por este giro de eventos, trató de volar, pero ella corrió a gran velocidad y sin miedo saltó agarrándose de ella, aprovechando la inercia para lanzarlo contra los botes de basura.
Ella miró al frente y entonces vio emerger una figura de luz que tenía la silueta de un bebé enorme desnudo, alas de ángel, un arco y flecha.
–Aquí termina, Cupido –gritó ella—. Eres la manifestación personal de mi appeal; no permitiré que sigas arruinando mis relaciones.
La luz del ser disminuyó y aunque la silueta sí era la de un bebé, el cuerpo parecía más bien una especie de muñeco de rasgos deformes que esbozó una perturbadora mueca y, luego, con velocidad, encordó la flecha y disparó contra su cita. Aimee estaba preparada, por lo que, con un paso al frente, golpeó el brazo con una patada, le pisó el pie para que no volara y, con un veloz giro, terminó la maniobra con un derechazo sólido que lo mandó al suelo.
Aimee sonrió. Con cupido finalmente vencido, jamás volvería a tener que preocuparse por ser intensa como era, verse hermosa como le gustaba y, en general, por explorar lo que sentía por cada persona que conocía. Lamentablemente, ese breve momento de felicidad terminó cuando Cupido se levantó y se lanzó a ella atacándola con sus brazos y piernas.
La manifestación personal de su sexyness no era ningún pusilánime; la hizo esquivar y retroceder, hasta que, aturdida, fue derribada, momento en el que la masa parodia de un bebé súper desarrollado voló hacia su arco y flecha y apuntó contra su cita. Aimee giró un trapeador y lo lanzó desviando el tiro. Su sensei geek era la mejor compañía en esta etapa de su vida y no lo iba a perder por los malentendidos de esta cosa. Con velocidad se lanzó golpeando y pateando hasta que Cupido se fue al suelo; mas la victoria duró poco, pues cada que su maestro friki la veía combatir con esa gracia, la cosa recuperaba fuerza. Aimee saltó para golpearlo con la rodilla en el suelo, pero él voló de nuevo hacia su arco. Sabiendo a donde se dirigía, Aimee corrió hacia un costado obligando al monstruo a lanzar su flecha o cubrirse. Cuando el arco se tensó, la joven, buscando emancipación, enterró ambos pies en el costado y la cosa salió dolida hacia el fondo.
Tras un breve baile de victoria, la joven se lanzó nuevamente a la refriega y Cupido no desaprovechó en disparar a todos lados excepto al que ella protegía; después, terminó nuevamente en el suelo cuando ella lo alcanzó. Todo estaba por empeorar. Manuel, Alan, Erick e incluso Karla la miraron; Aimee era amable, siempre te dedicaba tiempo, regalaba sonrisas y escuchaba. Las flechas que los golpearon solo sacaron de contexto su personalidad. Sin perder el tiempo, Aimee aprovechó para golpear a Cupido antes de que Alan se acercara pidiéndole el teléfono. La pobre condición del mangaka no era problema; Erick le cerró el paso con esas cejas peinadas tan difíciles de ignorar, como esquivar fueron las piernas largas de Karla, y tras trepar por unas cajas hacia la bodega de uno de los locales cerrados, los dejó atrás avanzando en sigilo hacia su presa.
Cupido, testarudo como ella, se levantó y buscó a su víctima, encontrándolo en el centro de la food court, de pie, confundido y aún con el Organce Smile Gelato en la mano. El monstruo esperó a que ella apareciera, pues, como Aimee sospechaba, solo podía disparar cuando ella estaba presente. No sabía cuánto tiempo pasaría, así que sacó su móvil y cuando se encontró escribiendo: «Una disculpa, tuve que irme, espero estés bien, más al rato te llamo. Me fascinas ;)», se dio cuenta de que eso bastaría para que aquel disparara. Eso la exasperó, pero prefirió no darle oportunidad al enemigo; y hubiera esperado pacientemente de no ser porque, en ese instante, su cita, decidió probar el OSG y, con el exquisito sabor a naranja vibrando en su paladar, el monstruo tuvo oportunidad de malinterpretar.
Fue un solo movimiento. Lanzó su monedero hacia él, para obligarlo a patear, y aprovechó la distracción para saltar por encima de él, caer desde arriba y golpearlo rítmicamente; pierna derecha abajo, pierna derecha arriba, pierna izquierda de lado y luego pierna derecha del otro lado. Sin embargo, en vez de derribarlo, dio un salto más; dándole oportunidad a aquel para tomar el arco con ambas manos y defenderse, pero justamente fue lo que ella quiso para que, con una patada de hacha, rompiera el arco en dos. Cupido deforme se quedó aterrado. Ella con el semblante descompuesto le dijo:
–Vete y no vuelvas –escupió un poco de sangre.
La cosa alada voló vencida. Nunca más el falso «amor» haría estragos en su vida, malinterpretando y descontextualizando las palabras actos e intenciones, pero, sobre todo, nunca más tendría que limitarse. Agotada, golpeada y sin su cartera, regresó al centro de la plaza donde su cita ya no la esperaba; ni modo, ya luego buscaría como pedirle una disculpa. Por el momento solo quedaba celebrar que aprendió una verdad: las reglas universales tienen aplicaciones personales.
Tambaleándose, se reclinó en el mostrador y, un poco aturdida, sin recordar el menú completo, mientras decidía como celebrar, se dio cuenta que ya no traía dinero, así que solo se reincorporó y se preparó para partir sin celebrar su victoria.
–Aimee.
La joven se giró para encontrar a Miranda con el brazo extendido y en la mano una copa de Blue Kiss Wink. No pudo decir nada, porque cuando lo iba a hacer, Miranda, con un guiño, aclaró:
–Corre por mi cuenta –sonrió.
Sintió el piquete de la flecha y fue entonces que entendió otra verdad. El Cupido de Aimee, manifestación de su appeal, perdió; pero el de Miranda, ganó. No es amor, es cupido.
Imagen tomada de @Eyegirlxxx
Jorge Armando Ibarra Ricalde (Ciudad de México, 1983). Diseñador de juegos y experiencias narrativas. Escritor, cronista, máster profesional e investigador de juegos de rol, así como diseñador de procesos lúdicos, especializado en la transmisión cultural directa a través de la oralidad. Su trabajo se enfoca en explotar los sesgos narrativos para producir inmersión e intercambio de experiencias como un frente para defender el ocio, mientras se aprovechan los componentes intrínsecos a la construcción narrativa para generar experiencias transformadoras en el storytelling o la literatura ergódica. Es autor de artículos como “Elementos constitutivos del juego de rol”, en Editorial IBERO. Ha publicado en las revistas Anapoyesis, Revista La Silaba, Revista Epektasi, Cinética Revista Cultural, Revista Kametsa, entre otras. |