En un viaje exprés a Guadalajara esta misma semana, tuve la mejor borrachera de mi vida. Me atrevo a decirlo así porque, fuera de mis hábitos (que a ustedes no les interesan), nunca había experimentado aquella especie de sugar rush. Había visitado, por ejemplo, la FIL de Minería (donde parecíamos sábado de Vive Latino, nomás nos faltó una banda [decadente, elija usted del sonido Roma-Condesa, el rock en tu idioma o ya de plano Molotov], cerveza caliente y miados volando), he visto todas las librerías de viejo en el centro, la Vasconcelos, la México, todas las bonitas FCE (muertas por dentro pero de pie, como estudiante de ingeniería) y, sin embargo, nunca había visto tantos libros juntos. Era tal mi gusto que no me importó ver a Xavier Delasco y a mi subcampeonísimo Murakami. Me encontré una torre de Bolañitos digna de orgasmear a toda la Esmeralda y la FFyL juntas y no me importó. Pero, como diría mi segundo redneck favorito (el primero es mi amigo Roy), toda rosa tiene su espina, y la de la FIL Guadalajara fue su sección cómics. Ni siquiera hablemos de la [absolutamente ridícula y mínima] extensión, hablemos del contenido y su ubicación. Ninguno de los dos tiene sentido: ni son comics (porque los mangas no son comics y está lleno de mangas), ni son nacionales (porque estaba en la sección de nacionales a pesar de no tener prácticamente ninguna obra nacional). Primero, me gustaría aclarar que no tengo nada en contra de los mangas. Segundo, ¿por qué se cansan en llenar un lugar de cómics con mangas? Tercero y cuarto: Is this what you wanted? Y quinto elemento: qué buena película.
En otros lados hay secciones de novela gráfica (a veces ya bien llamada narrativa gráfica). Por la cantidad de cosas juntas, a esas mesitas les llamo Un día en el supermercado: encuentras cualquier pendejada con empaque brillante, menos lo que buscas. Así llegué a lo que ahora vengo presentándoles, que es enfáticamente una gran idea. Imagínense una película empastada que puedes ver mientras tengas el libro, una app e internet. Imaginen, por ejemplo, que parte de la película está hecha con animación y otra parte con videodocumentales o miniclips informativos. Imaginen ahora que este proyecto lo financiaron ustedes, o nosotros, con un crowdfunding. Es una idea en la que yo invertiría (nomás dejen voy por la morralla).
A pesar de que el mercado está perfecto y estable exprimiendo a los otakus y a los fandoms (hablamos de otakus reales y fandomitas formales; tú que has visto Game of Thrones en MiraGoT.com y las películas del MCU y DCEU dobladas, no cuentas, aunque seas la razón de este crecimiento enardecido de mercado), esto se nos puede ir de las manos peor que el Chapo. Sería importante apoyar este proyecto y los que se parezcan, no solamente por novedosos, sino porque el síntoma es claro: no hay publicaciones así en México. Vivimos de tres cosas: las traducciones gringas y asiáticas (los estoy viendo a ustedes, niños rata), las adaptaciones (o el colmo: un libro gráfico sobre una película basada en una novela gráfica. Ni hagan corajes, pobre Alan Moore), y los trabajos intelectualoides (donde se reparten catorrazos entre BEF, algún Taibo [ya hay más Taibos que Jodorowskys y Bichires], españoles y sudamericanos con humor cortito [o sea en viñetas] y algún autor que se me escapa porque salió de su país por internet… o salió del internet por su país). No hay mucho más. Y tampoco hay algo descabellado en el buen sentido, como de pelón brillante.
Ya antes dije que México es un loop entre 1955 y 1971. Con todo lo políticamente terrible que eso significa. Y en cierto modo, esta obra de Luis Kelly (CDMX. cineasta, fotógrafo, guionista) se inserta en ese loop. Como para describirla necesito imaginación, la cual no tengo, vamos a hablar de ella del modo en que hablamos de un animal misterioso. Está hecha en blanco y negro, pero entintada en rojo, lo cual la dota de cierto aire políticamente incómodo (y bien rijoso). El tráiler de la novela (sí, como película) está en la portada. El argumento en general es una combinación de secretos a voces en la política mexicana. Guardando su distancia, tiene pequeños cortes de notas periodísticas hechas videodocumentales anecdóticos. La historia sigue a varios personajes, primero al presidente en turno, un calvito de bigote que está ebrio de poder (con mucho parecido al protagonista de la comedia romántica de enredos policíaca Eres tú mi chupacabras?, de 1994); luego una periodista bastante curvilínea (primer error: todas las mujeres son curvilíneas, exuberantes casi hasta el hartazgo, salvo por una madrecita mexicana de rancho y una sirvienta de rasgos ridículamente autóctonos), ella investiga los lazos entre el narcotráfico y el siguiente personaje: un candidato a la presidencia que pertenece al partido del presidente y quién en algún momento decide seguir su conciencia y plantarle cara al mero preciso (y yo griteee ¡aaaaay la culebra!).
Entre esta intriga política tejida arduamente (o sea que colgada de las anécdotas), leyendas urbanas, verdades urbanas, presidenciables y mucho sexo (secuencias infinitas de sexo que a mi parecer solamente ocupan espacio porque, salvando el contenido de la primera y la última, todas las demás muestran sólo mujeres exuberantes complaciendo hombres adinerados y corruptos. Si es una especie de crítica no lo parece. Pero ya puedes decir que sí, Luis, y defenderte. Por cierto: de nada) la constitución bidimensional de los personajes resulta casi panfletaria (¿Se acuerdan de La Dictadura Perfecta? Bueno, pues así, pero con peores diálogos). Los malos son muy malos por ser malos y los buenos son… buenísimos, mártires de la bondad, paladines de la justicia y víctimas de su género, porque las únicas buenas son las mujeres (inmaculadas y bien pinches carnudas como si fueran torta cubana, qué pedo. Pero sí, andan por ahí como de ornamento) y todas terminan muertas bajo un manto inconmensurable de machismo… (¿Debí poner spoiler alert o ya era mucho?). Es vomitivo ver que esas muertes son casi idénticas a los sucesos reales.
Francamente, la idea de interactividad es pobre y mal ejecutada. Hay de dos sopas: o el autor no entiende bien lo que “interactivo” y “realidad aumentada” significa, o necesitaba más billete para poder hacerlo bien. La aplicación que utiliza Luis Kelly llamada Layar, funciona de un modo muy simple: cuando apuntas la cámara de tu teléfono a las páginas se despliega contenido, en este caso secuencias animadas (y bidimensionales, como si fuéramos salvajes) que son como usar Tinder: bastante interesantes pero inútiles; no aportan nada distinto a la narración ya que justo en las páginas siguientes, está la misma secuencia pero ya sin animación. Cuando no animaciones, hay minidocumentales que son forzadas referencias al torcido anecdotario político nacional; como si Kelly intentara hacer una torre de cartas usando pegamento; la torre queda fea y las cartas inservibles. Todos los personajes son un mashup de diferentes políticos y personas de la vida pública. Lo que debería ser elegante, gracias a los clips informativos, se siente como un paliativo a la imbecilidad de su lector.
Y es que debemos pensar en la narrativa gráfica como una de las primeras formas de arte transmedial (o prototransmedial, es decir, que se valía de medios diferentes para llevar su mensaje, como el texto y la imagen conjugados, o la misma imagen con movimiento en su inmovilidad [ay perdón, se me salió lo Octavio Paz]). Desde la revolución que significó, hace tantos años, sigue siendo prácticamente igual. De cuántos años estamos hablando, es una consideración para otro momento, simplemente diré que es mucho más antiguo de lo que se pueda pensar, y desde ese tiempo era un arte de la inmediatez. Sí, este es un arte rápido, pero no por eso menos intrincado que los demás. El buen lector podrá descifrar más cosas que un lector que reniegue de la imagen para priorizar el texto o viceversa, o uno que ve en la viñeta algo estático.
Con el avance de la tecnología se crean nuevos medios y con ellos podemos acceder a nuevos tipos de arte transmedial. Pero no hay nada nuevo bajo el sol, La Edad del Libro sigue corriendo, aunque nos encante jugar a encontrar el hilo negro. Desde el surgimiento de la viñeta, la historieta, el cómic y luego la novela gráfica, nada ha cambiado de manera dramática. Tal vez el tópico sea distinto, tal vez la ambientación, tal vez la disposición, pero nada es dramáticamente diferente. Con esta tecnología podríamos darle nueva vida a la narrativa gráfica (lo que han logrado parcialmente nuestros amigos de los videojuegos), una revolución en forma y fondo. Pensándolo bien, en México no somos buenos para las revoluciones, pero podríamos, uno nunca sabe.
Como idea, Poder Asesino de Luis Kelly es fantástica. Como documento literario está ejecutado de un modo costumbrista y sin aspirar a algo más que un collage de historias políticas indignantes. La crítica está ahí, pero pudo hacerse de un modo mucho más artístico, apelando a algo más complejo, sin perder el sentido de crítica moral y ética hacia la política mexicana. Pero, esa es mi opinión, la novela gráfica interactiva Poder Asesino (nombre que se queda grabado a fuerza de repeticiones en los clips interactivos) está disponible en las librerías más importantes del país (ahí en donde tienen esos anuncios bien chispas el precio es de $315, aunque su precio original es de $420 en todas las demás). La app de realidad aumentada está disponible en AppStore, GooglePlay y BlackberryWorld (¿todavía existen las BlackBerrys?) gratis y sirve para muchas más cosas (que ni yo sé cuáles son). Como última confesión, no supe si este libro fue un documental, una película animada, una narconovela gráfica o ninguna de las anteriores, pero hay que darle un chance, mi Apolonia, no hay que ser.
Imagen tomada de Marvel 1602 #1 (November, 2003)
Cesar Lopez (La Doctores, México, 1991). Realizador audiovisual, creador de contenido y UX Writer. Sus intereses se centran en la tecnología, la literatura, el cine, la música y el arte transmedial. Ha publicado en la colección Bajel de Letras, de la UAM-Japan Foundation. |
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