Para Adriana

No miré la página luego de que releí el poema; ciertamente ya no recordaba ni verso alguno. Era de un tal Octavio Paz. Regresé a él después de que fuera aludido por una persona entrañable al saber el nombre de esta columna. Decir el título ahora sería redundante. Y aunque siempre ha sido de enorme placer mencionar al nobelero entre amigos cercanos, en absoluto por veneración sino por la aversión y el enfado constante de varios tan sólo al escuchar su nombre (por fortuna, esta vez no será una excepción), encontré que ver, incluso desenfocado el papel y la tinta, la disposición espacial de las palabras se asociaba, de cierta manera, con mi idea presente: el silencio en el cine. La imagen es, en realidad, la excusa.

La pausa de la obra cinematográfica va más allá de un simple acto que consiste en apretar un botón para pasmar la pantalla y presenciar un fotograma. Ésta existe de igual manera en la escritura y sin un control remoto. En el “Préface” de Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, Mallarmé habla acerca de la intervención del papel en el significado de la poesía como la primera dimensión del poema: “Los ‘blancos’ en efecto, asumen la importancia, golpean en primer lugar; la versificación los ha exigido, como silencio alrededor, ordinariamente, al punto que un fragmento lírico o de pocas sílabas, ocupa, al centro, alrededor de un tercio de la hoja. No transgredo esta medida, sólo la disperso”. Más adelante agrega: “Añádase que de este empleo al desnudo del pensamiento con retiradas, alargamientos, fugas, o su dibujo mismo, resulta, para quien quiera leer en voz alta, una partitura”. Más que emparentar la poesía con la música en cuanto a representación gráfica de elementos auditivos, advierto la importancia que adquiere el silencio, representado con el blanco del papel, en el significado. Este elemento musical lo empleo en la palabra, pero, a diferencia del poeta, para la reflexión crítica de la imagen cinematográfica.

Muerte en el cine es lo que a los espectadores y al equipo de producción les pareció el silencio de Guido Anselmi; en realidad figura en esto la búsqueda de otro significado que resulta una reflexión introspectiva del ser. El director, con una enorme producción trabajando para él, ha sentenciado el final de un film que nunca existió, el cual no fue siquiera concebido: decidió evocar indirectamente las palabras de Mallarmé y dejar en blanco una obra cuyo resultado sería peor si fuese creada: “estamos –asevera el alter ego de Marcello Mastroianni en su papel de Guido Anselmi– ahogados por palabras, imágenes, sonidos que no tienen razón de ser, que vienen y se quedan para nada. A cualquier artista, digno de ese nombre, no debemos exigirle nada exceptuando ese acto de lealtad: aprender a estar en silencio”. Después de darle vuelta a la idea del film en su cabeza, el personaje ha optado por interpretar una pieza a lo John Cage. Tanto los espectadores como las personas de producción consideran un hecho el declive de su carrera como director, la cual no tendrá otro destino mas que la muerte. Sin embargo, lo que ellos no saben es que el silencio en un tiempo premeditado forma parte de la música. Callar en ese momento es probablemente la mejor obra que el artista haya representado a lo largo de su vida.

El blanco conduce a la muerte en el cine. Y cuán absurdo parece hablar de la muerte de un arte todavía nuevo, al ser vista esta enunciación como axioma conservador de siglo XXI, donde para muchos el dominio digital se muestra como anunciación de heraldo negro. De hecho, debería ser innecesario apuntar que la forma en que se ve el cine ha cambiado: unos dirán que con su pausa ha llegado su fin, que ha perdido su totalidad en la discontinuidad. Detener el film marca una nueva forma de verlo. Desde ese momento se ha abierto una senda de enormes posibilidades, incluso desde la prehistórica llegada del VHS: una larga lista publicitaria acerca de los beneficios que trajo la industria tecnológica al espectador podría seguir. No es el caso: no es ésa la pausa aquí tratada.

Hablar de la muerte del cine no es sentenciar, en la ingenuidad de la afirmación, la desaparición de la industria cinematográfica, ni mucho menos doblegar el término a un agotamiento de recursos. La muerte es una manera ciega de ver el silencio, tal como la gente entendió la obra de Guido Anselmi. Este acto reflexivo vale más que otro escrito crítico, objeto material e intelectual, como muestra J. L. Godard en Dans le noir du temps: “no se puede decir nada sobre nada, por eso no hay límite en el número de libros. Todos los cuerpos, todas las almas juntas y todo lo que producen no tiene el más mínimo valor. Eso forma parte del infinito”. Al final de la obra, los últimos minutos que preceden la muerte del cine, se representan con la muerte de la imagen y del sonido: sólo se ve el plano de proyección blanco que es movido aleatoriamente por una máquina que lo sostiene por detrás, luego, la imagen fotográfica de una mujer: el recuerdo.

Estas pequeñas muertes me permiten revivir críticamente la experiencia, las cuales no han llegado a consumarse, pero redescubren y reformulan dentro de sus últimos minutos al individuo, cual Isak Borg al sumergirse en los recuerdos de su infancia. El blanco de la hoja podría ser la referencia inmediata del título que se sienta sobre estas letras. Sin embargo, su significado es la pausa y la observación, la introspección y la palabra consecuente. Con el blanco incito al lector a repensar los silencios de las obras cinematográficas contemporáneas, a que agudicen su oído y encuentren, en estos espacios, obras que hagan resonancia en sí mismos.

Jonathan Rueda Urióstegui

Imagen tomada de Dans le noir du temps

Escrito por:paginasalmon

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