¿Quién les dirá a los dioses las carencias
de nuestras horas y labores?
¿Quién les dirá que hemos agotado
la carne envuelta en grasa
y el vino de las libaciones?
Ya no queda madera
ni la pira ni el humo,
sólo la ebullición de los océanos
y un espacio de tierra que cavar.
***
En este cuerpo de metal y herrumbre
azogue fluye en vez de sangre humana,
la carne se amalgama en servidumbre
y la mente en alëación profana.
Este cuerpo purgado de relumbre
sin imputar la voluntad lejana
satura de intención la incertidumbre
con el mercurio que su voz emana.
Pero la corrosión es atributo
del mercurio, igual de inexorable
que el aislamiento de un metal espurio.
El vapor corrosivo al absoluto
que carece de forma inalterable
es el vicio inherente del mercurio.
***
En la hora de la sangre, en el tiempo solitario,
una voz, ajena y propia,
lanza una orden conocida:
¡arráncalo del árbol, y devora
en tu garganta el fruto momentáneo
que colman los gusanos!
Aquí no caben las contradicciones.
Sin reflexión, enfrente del espejo,
este exceso de luz y movimiento
dilapida un deseo miserable,
un hambre autófaga que nunca sacia.
¿Qué asesina el silencio del asceta?
¿No corroe el veneno de la sierpe
el mismo cuerpo que lo escupe?
¿No cercena sus miembros el verdugo
con el hacha oxidada de sus obras?
¿Su propio fuego y humo no consume
la luz de cada cirio?
Destroza la voluntad
la voluntad destrozada.
Imagen de Getty Images
Muy bueno, gran texto.
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