Tenía tres años
la cánula enfriaba mi cuello
y el aire pasaba por mi tráquea;
las sábanas empapadas
por las lágrimas de mi madre
las hacían más pesadas.
Seguían blancas
a pesar de las legañas.
Vi por la ventana
la aparición de la ternura
de triste mirada y con llagas
en la boca:
tocó mi cuello para tapar
la traqueotomía,
salieron de sus labios
silencios que hacían
vibrar el metal en mi cuello,
tomó mis manos
demacradas por el suero
y me tapó con su vestido
como quien abriga a su hijo.
Mi cuerpo despertó
agotado por la quimio
y aún hoy encuentro
entre los catéteres
las palabras que me concedió.
Imagen de Anna Shvets