¿Ustedes recuerdan el momento en que tuvieron claro su paso de la niñez a la adolescencia? ¿O a la adultez? El rango de edad, el ascenso de un grado académico al siguiente, o el ingreso a la vida laboral nos pueden dar algunos indicios, pero la certeza interna de saberse en otra etapa vital llega con ciertas experiencias muy concretas que tienen que ver sobre todo con un mejor conocimiento del propio ser. Por lo regular notamos ese cambio algún tiempo después de haber vivido esas experiencias, ya que se han asentado.

Hace poco leí un libro llamado Baby-sitter blues de la autora francesa Marie-Aude Murail. El protagonista de esta novela corta vive precisamente dos giros de tuerca que afianzan su personalidad entre una y otra etapa de la vida.

Baby-sitter blues me ha llamado la atención en dos aspectos. El primero tiene que ver con la exploración de la frontera entre edades, es decir, entre el paso de la niñez a la adolescencia, y de ésta a la adultez, porque ¿dónde están los límites? En una gran mayoría de los países occidentales y occidentalizados, los ritos de iniciación que propician la transición de la adolescencia a la adultez podrían estar en ciertos relámpagos de comprensión al entender y configurar nuestro papel dentro de la comunidad por medio de la creación, los logros académicos, los afectos, el cuidado de los otros, etcétera, o bien mediante actos de transgresión que nos hagan entender por el viejo método de prueba y error cuáles son los límites de nuestras decisiones dentro del grupo social.

El libro de Marie-Aude Murail aborda estas dos puertas de entrada. En la historia, un adolescente quinceañero llamado Emiliano acepta un empleo como cuidador de niños con el único fin de obtener recursos económicos para comprarse una computadora. A Emiliano no le entusiasma particularmente la idea pero ya en la práctica se da cuenta de la habilidad que posee para dicha labor. Además cada niño o niña le enseñan a ser mejor niñero a su vez. La convivencia con ellos hace que se despierte no sólo el interés verdadero, sino un afecto de hermano mayor con el cual descubre que también lo pueden tener los hijos únicos como lo es él.

Siempre me han gustado las historias en las que el concepto de familia queda trastocado, en el sentido de que no se entiende ésta como un círculo cerrado en el cual es difícil tanto entrar como salir. No soy partidaria de la endogamia ideológica, genética o emocional. No recuerdo bien quién dijo que los amigos son la familia que tú escoges. Hermosa idea. Las familias como grupos permeables y flexibles.

Por cierto, a quienes también les interesen narraciones de familias articuladas de formas no tradicionales, Marie-Aude Murail ha escrito otros libros interesantes como Simple (Ed. Castillo) y No somos los únicos que llevamos este estúpido apellido (Ed. Noguer). Ambos cuentan historias irreverentes, con sentido del humor y de total actualidad.

En fin, volviendo al protagonista de Baby-sitter blues, Emiliano va encontrando estrategias de comunicación, de entendimiento y persuasión en su nuevo trabajo. Es aquí donde el personaje adquiere plena conciencia de ese otro, con sus necesidades y necedades, así como con su condición de ser niñas o niños. Emiliano, ya adolescente, conecta muy bien con esta circunstancia por la que él ha pasado hace no muchos años.

En algún momento él está cuidando a un bebé que no para de llorar. Después de verificar que no se trate de algo grave, sino sólo de intranquilidad, Emiliano experimenta diferentes soluciones:

–Veamos, una canción de cuna – murmuré, al tiempo que sacudía al bebé–. A ver… Ah, sí, la que me cantaba mamá. Al parecer (mi memoria es muy imprecisa en lo que respecta a ese periodo, me veo obligado a fiarme de los testigos); al parecer, pues, cuando tenía dos meses nunca podía dormirme por la noche. Me daban unos cólicos terribles.
[…] En vano. […] Seguía dando alaridos. ¿Qué hacer? Entonces, nuevo hallazgo genial: los taxis azules. Javier Rico me contó que de pequeño, cuando no podía dormirse, su papá lo ponía en un moisés y, ¡zuum!, sobre el asiento trasero del auto. Diez kilómetros después, Javier estaba dormido.
–¿Bueno, taxis azules?
Cinco minutos después, el chofer me preguntaba:
–¿Adónde lo llevo?

Ya sea por el bagaje de saberes que ha ido asimilando de otros o por su propia experiencia, Emiliano logra propiciar el ambiente para que el bebé duerma tranquilo por fin.

En otras ocasiones, la narración de historias es una forma de vincularse, de mantener la atención, así como de focalizar la energía dispersa y errática de niñas y niños que ya no son bebés y ya retan al sentir que no es tanta la diferencia de edades como para que Emiliano los cuide. Y he aquí un punto crucial en el cual Emiliano encarna la adolescencia o incluso ciertos atisbos de adultez frente a sí mismo y los otros. Cuidar de otros nos hace madurar, pues de esta forma salimos de nosotros.

La transgresión como otra puerta de entrada a una nueva etapa vital surge cuando Emiliano roba un frasco de perfume para regalárselo a una chica que le gusta, a modo de disculpa por un disgusto que le ha causado. El asunto es que es sorprendido por el personal de seguridad del centro comercial. Emiliano llama a su madre por teléfono:

Estuve hora y media tragando bilis en esa pequeña oficina. Al fin, mi madre entró acompañada por el vigilante. Tomó el frasco con la punta de los dedos.
–¿Cuánto es? –dijo.
–Treinta y cinco euros.
–¿Seguramente prefiere usted efectivo?
–Oh, no importa –farfulló el vigilante.
Mamá tenía su aire de gran dama que desconcierta hasta a los mismos inspectores de Hacienda. En cuanto a mí, más bien parecía un gato al que acababan de sacar de un pozo.
–Vamos a casa –dijo mamá.

El robo como acto de transgresión en cualquier cultura es la forma en la que Emiliano experimenta el peso del orden social cristalizado en las leyes y sus agentes:

Me petrifiqué. Si el techo de Plaza Casino se hubiera desplomado sobre mi cabeza no me habría afectado tanto. No era posible. Debía ser una pesadilla. Despertaría. Todos roban. Es tan fácil. Y yo…

Los límites con su dureza característica han quedado claros. La madre en su ser adulta responde ante la situación con desenvoltura y madurez, sin regaños dramáticos, ya que percibe que Emiliano ha aprendido y que esta experiencia forma parte del proceso de discernimiento de su hijo en su camino a la madurez.  Además la situación da pie a que Emiliano conozca más acerca de las sutilezas del fino arte de dar el regalo adecuado, lo cual tiene que ver tanto con la experiencia de vida como con el atento conocimiento del otro:

Cuando estuvimos en casa, mamá examinó el perfume.
–Cielo de Tormenta –murmuró.
Y lo aspiró. […]
–Mira, Emiliano. Este perfume no es para una chica joven. Para Martina María hace falta algo fresco, floral, que no deje una estela tras de sí.
Mamá colocó el frasco en una de las repisas.

Un segundo y último aspecto para comentar acerca de Baby-sitter blues es que, por medio de una narración configurada de forma entretenida y ligera los lectores, podemos conocer más de cerca la experiencia del trabajo de cuidados a partir de un personaje que parte prácticamente desde cero en esta ocupación.

En nuestro país el trabajo de niñera o niñero no es tan habitual como en Estados Unidos o algunas partes de Europa. Vemos en las películas o series de estos países que jóvenes, generalmente mujeres, llegan a la casa de unos padres ya listos para salir a cenar o de fiesta o alguna otra actividad sin niños. En México esta labor de cuidados generalmente la hacen familiares o amistades cercanas, o bien se atribuye como parte del trabajo que, entre muchas otras labores, “se entiende” que corresponde a las trabajadoras domésticas.  Pasa la vida, los niños crecen y este trabajo de cuidados queda invisibilizado o no reconocido (y por lo tanto no remunerado económicamente, o bien no como debería de serlo un trabajo tan exigente en cuanto responsabilidad, atención y energía).

Baby-sitter blues me propicia estas reflexiones y algunas preguntas que permanecen en el aire. Me pregunto: ¿Qué entendemos por trabajo de cuidados las mujeres? ¿Qué entienden por trabajo de cuidado los hombres? ¿Cómo configurar redes de cuidados que sean sanas, seguras y reconocidas en su justa importancia? Como sociedad, ¿cómo estamos practicando el acto del cuidado de una niña o un niño? Lo entendemos como ¿vigilar? ¿supervisar? ¿satisfacer necesidades? ¿jugar? ¿entretener? ¿acompañar? ¿controlar?

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Imagen tomada de La Libre
 

Escrito por:paginasalmon

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