El sentimiento que más me invade es el de querer borrar todo rastro de mi existencia. Sin embargo, trato de construir un futuro que a duras penas puedo imaginar. Todos los días tengo que caminar en la orilla de una playa. No sé por qué, pero lo hago. A pesar de que no me gustaba, ahora amo que las olas borren mis huellas.
Mientras camino, pienso y comienzo a imaginar mil escenarios diferentes al de la playa; estoy en un parque, con el cuerpo embarrado de lodo, o quizá en una feria comiendo todo lo que se me antoje sin restricciones. Todos los lugares que imagino son aquellos en donde hay diversión, a diferencia de la playa, en la que no puedo nadar y siento que el sol me daña la piel.
No controlo mi cuerpo al cien por ciento. Hace un tiempo comencé a levantarme, vestirme e ir hacia aquel lugar en modo automático, es imposible dejar de hacerlo. No puedo dar marcha atrás, solo me levanto y lo hago. Un día quise dirigirme a algún centro médico cercano, pero no pude, mis pies no me lo permitieron. Otro día traté de buscar a un escritor que me ayudara a modificar mi historia, pero desistí. En estos momentos, ni la medicina, ni la literatura podrían cambiar algo.
Me alejo con lentitud y camino kilómetros. Después de la playa, termino en un río, ancho y turbulento. Si no me he perdido por completo, es porque lo que me guía es escuchar el camino más silencioso. Gracias a su silencio puedo percibir el movimiento del agua que hay en el río.
Cuando llego, trato de construir un puente con cualquier material que me pueda servir: ramas, troncos, piedras, plástico y demás cosas que encuentre. No tengo un plano que me ayude y, la mayoría de las veces, hay demasiada neblina para concluir.
Quisiera llegar al otro lado.
Cuando estoy en el río, parece que consigo una cantidad irrisoria de fuerza de voluntad. Dura poco, hay veces en las que solo me imagino construyendo ese puente. En realidad, no hago mucho por concretar esa idea. Mi imaginación es la parte más libre de mí, aunque a veces me domina. Tengo una relación complicada con ella. Sin embargo, es la mejor que he tenido y quizá es la que menos me ha destrozado.
Este recorrido me toma todo el día. Al iniciar el atardecer, vuelvo a mi casa, otra vez sin siquiera haber construido el puente. Como llego tan tarde, lo único que hago es desvestirme y dormir.
Al día siguiente, vuelvo a la playa a continuar con lo que pensé que no aguantaría a hacer por más de una semana. He escuchado rumores de otras realidades, diferentes a aquella playa, en donde hay puentes inquebrantables para cruzar los ríos. Pero yo no sé cómo llegar a ellas.
Imagen tomada de Artelista