You didn’t see me, I was falling apart

I was a television version of a person with a broken heart.

[…]

You said it would be painless, a needle in a doll.

«Pink Rabbits» – The National

– Cortázar era el que vomitaba conejos, ¿no?

– Jajaja, noo, no era él, o sea, bueno él lo escribió, pero, ¿cómo crees que era él? Jaja.

– Bueno bueno, tú me entendiste.

– Jajaja sí. Ya déjame la oreja ajajaja.

Los mejores momentos con Lucía eran de pura desnudez. Cuerpo y alma se enrollaban sin ropa entre las sábanas las cuales el ventilador levantaba de vez en cuando. Sin maquillaje, Lucía era más hermosa, su piel morena se volvía celestial cuando la tocaba el sol. En esos tiempos platicábamos de literatura después de coger y sentíamos las horas pasar mientras nos daban retortijones por el hambre. Nuestro hogar: un colchón una estufa y libros en cajas. No podíamos salir y no queríamos hacerlo tampoco.

– Bueno entonces ¿cómo se llamaba?

– No se dice.

– ¿Y por qué vomitaba?

– Tampoco…

Sin ropa era como me gustaba más estar con Dalia. Además del infernal calor, ella se volvía más ligera. Ella había llevado sus libros, sin más entretenimiento, ni dinero, nos pasábamos las horas en tertulia literaria. Dalia amaba las letras, mas nunca escribía y los exámenes de literatura los reprobaba. Cuando nos mudamos dejó de intentar ingresar a ese mundo. No creo que conmigo le bastara, pero se había cansado de la sensación de rechazo.

–  Y ¿tú por qué crees?

– No sé…

Así en la cama era como prefería estar, sin pensar más allá del tablaroca que prohibía a los vecinos ver lo que pasaba dentro. Para esas fechas ya me resultaba terrorífica la idea de salir y ver la calle roja. Ni siquiera podía posar mis pies en el suelo rosa del departamento. Cada que quería ir al baño Lucía me llevaba.

            – ¿Por qué no sabes?

            – Pus no, no sé…

            – Pero si ya lo has leído muchas veces.

            – ¿Y eso qué?

– …

            – ¿Me ayudas poquito?

Decía que el piso era entre esponjado y pegajoso. Como pisar conejitos muertos, y con cada pisada exprimía un poco más de su sangre. La cargaba hasta donde quería llegar siempre. Sus piernas ya no respondían a veces. La última vez que tuvo sus pies en el suelo fue el día que nos dieron el departamento. Dalia me pasó el brazo por los hombros y me volteó para ocultarse en mi pecho. Pensé que iba a llorar y disculparse por haberme ilusionado. Éramos tan jóvenes. Mas no fue así, me beso los labios, tomó mi mano y entramos en el departamento de donde sólo volvería a salir con temor a caminar.

– A ver, y aquí estamos, en el baño. Ya puse el tapete, ¿estás bien?

– Sí, muchas gracias.

No sé bien cómo fue que todo el piso se cubrió de piel suave y viscosa a la vez, de un tono más gris que beige. Luché contra la sensación de asco que me provocaba incluso pisar con zapatos de plataforma, pero luego comencé a sentir como si respiraran y sangraran esas pieles que cubrían, ya, todos los suelos. No pasó mucho tiempo para cuando vi los verdaderos colores de las pieles. Eran rojo sangre y se difuminaban a rosa según el lugar. En nuestro departamento eran rosa claro, pastel, casi comestible… El resto de los suelos, en especial los congregados, se volvían rojos intensos. Sufrí de vértigo muchas semanas de tan sólo el recuerdo sanguinario de las calles. Lucía hacía lo mejor que podía, lo sé. No la culpo. Aunque no me creía, me cuidaba.

– ¡LUCYYYY!

Sus pies se engangrenaron apenas tocaron el suelo. La llevé al hospital.  Nuestros padres nos encontraron. Me culparon… no sólo de eso, también de la huida; su fracaso… todo… Sin embargo, fue Dalia quien me pidió que me fuera… Por mí, por ella… No sé ella, pero yo la pienso todos los días.

No, el piso no cambió… se puso peor… Sin Lucía siempre fue peor. Tolero verlo pues después del incidente volví por mis libros. Ahí noté que el piso del departamento era rosado, al igual que un camino que salía de ahí y recorría la calle. Ahora lucho contra mis náuseas y busco las pieles de los conejitos rosas, pues así sé que mi amada ha estado ahí.

Imagen tomada de The Throw Company

Escrito por:paginasalmon

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