Déjame demolerte 

Destruid este templo,
y en tres días lo levantaré.
[…]
Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan II.19

Déjame mirarte,
déjame ver qué tan bien te he construido,
qué tan bien he puesto
los ladrillos, las arenas y las piedras.
Déjame pasar los dedos por tu piel
para saber si he pulido bien el mármol;
permíteme hundir mi mano en tus cabellos
para saber si he tejido bien la noche;
préstame tu palma,
para saber si he grabado bien sus líneas;
déjame escuchar tu voz porque ya dudo
que el ave que puse en tu garganta esté correcta.

Déjame tomar de nuevo tus medidas;
y para erigirte más precisamente,
déjame tomar algunas otras tallas:
cómo se acopla mi brazo en tu cintura,
cuántas cuartas hay de tu cadera al piso,
cuánto se curvan mis manos en tus pechos,
cuánto pesan en mis labios tus aretes,
las proporciones salinas de tu piel
y la distancia profunda de tu sexo.

Mírame y sonríe, sólo un breve instante;
quiero saber si he tallado con acierto
los marfiles blanquecinos y el brillante
ámbar oscuro de tus ojos.
Déjame tomar la muestra de tus huellas.
Caminemos juntos, para que calcule
cuántos de mis pasos mide tu zancada.
Déjame auscultar
y recostar en tu pecho mi cabeza
que necesito ajustar exactamente
el metrónomo que iguala tus latidos.

Deja que te vea
para demolerte,
para volver a erigirte con cuidado
siguiendo fielmente tus contornos,
costeando por tus playas y bahías.

Quiero navegar por tus palabras
para ver si han de llevarme a mar abierto
y hacer un mapa al detalle de remansos,
de sus codos, sus corrientes, sus escollos.
Mediré tus sueños y tus pesadillas:
sondearé las hondonadas de tus cielos
y elevaré un papalote en tus abismos.

Quiero saber cuántos pétalos y espinas
se destilan para hacerte tu perfume;
calcular a cuántas velas apagadas
equivalen tus temores más antiguos;
de cuántas flores moradas se compone
el fuego fatuo en la tierra de tus lutos;
cuántos pájaros tremolan en tu pecho
impacientes por su vuelo en libertad
o por la tibieza arbórea de los nidos.

Déjame mirarte,
quiero ver si no he alterado tu sonrisa,
el fugitivo arrebol de tus carrillos
o saber si no he borrado tus lunares.

Déjame verte, sin prisas, sin rodeos.
Posa para mí,
para que vuelva a pintarte con palabras.
Déjame verter el yeso por tu piel,
hacer tu modelo en cera perdidiza.

Deja que te vea
para demolerte,
para destruir el templo de tu ausencia,
y con el modelo disponible al lado
precisamente volver a construirte
en el lapso milagroso de tres noches.
 

Dormir con la mar

Quizá porque unos astros milagrosos
desbordaron la marea una noche,
o por una curiosidad marina
de conocer los mundos de la tierra,
nos sucede alguna vez en la vida,
que por la puerta abierta o la ventana,
la mar llega y se duerme a nuestro lado.

El cuarto sin estrellas y sin peces,
con la luna apagada
desde un interruptor en la pared,
se llena entonces de una humedad tibia,
sopla una brisa de sal perfumada
y la cama se convierte en un barco
cuando ella se acurruca en las cobijas.
Al dormir se percibe la marea
que ondula con el ritmo de sus sueños.
Se puede oír entonces,
el suspiro tranquilo de un delfín;
enredar en los dedos—con cuidado,
para no despertarla—
las algas que como una cabellera
la mar extiende en las olas de la almohada;
se puede adivinar entre la noche
el resto de sus ondas que nos pierden.

La mar se da la vuelta
y el barco de la cama
cruje en el estribor de la madera.
La mar jala la sábana
y la tela se aleja de nosotros
igual que la resaca de una ola
se marcha de la arena de la costa
y deja sólo el frío de la espuma;
pero está bien:
la mar estará cálida
y soñará con playas tropicales.
Sí, está bien,
aunque ya nos ahoguemos en las ganas
de tener su facultad (o el valor)
para apartar las olas y banderas
y entonces conocer la mar desnuda.

A veces, la mar puede despertarnos
con el ronquido de algún Leviatán,
con una peligrosa voz sonámbula
hermosa como el canto de sirenas
o con una patada de tentáculo
del Kraken u otras bestias insondables,
pero no hay que dejar cundir el pánico…
Pues son las pesadillas que libera,
sin saber, de lo hondo de su frente
antes de que la aneguen en tormentas.

Gira la mar, e intenta acomodarse
porque en su sueño olvida
que navega en un barco,
e igual que una ola que no supiera
hacia donde romperse
para estirar sus aguas,
al fin se vierte un poco
—como un brazo de mar—
hacia este nuestro lado de la nave…

Y vuelve a respirar:
como brisa serena entre las velas.
La mar se marchará por la mañana.
Y sin querer nos invita al naufragio
cual si fuéramos
……………………………….capitanes
tristemente enamorados de las aguas.

Escrito por:paginasalmon

7 comentarios en “Dos poemas para el naufragio | Por Héctor Cisneros Vázquez

  1. Déjame demolerte, me encantó, que gusto saber que estás cumpliendo tus sueños Hector y que ahora ya comienzas a verlos reflejados, Qué felicidad !!

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  2. Muy buenos textos, Héctor.
    Da gusto toparse en la red con poemas buenos y, además, bien premiados. Sobra decir que el segundo es mi favorito de lo que hasta ahora te he leído.

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  3. Héctor, querido, tenías razón. Dormir con la mar me ha gustado mucho. Este poema me ha tocado el corazón. La mar, como compañera de cama, es una imagen bellísima que ahora tiene vida por tu ingenio y arte.

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  4. Me han encantado los dos poemas, pero realmente me he enamorado de » Dormir con la mar», son imágenes preciosas, más el sentimiento que se transmite, me lleno muchísimo el alma, pude abrazar el sentimiento y se sintió muy cálido. Felicidades Héctor 👏👏👏

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