––¡Tienes que salir! Podía escuchar a mi psicólogo hartarse de mí. Usualmente a la media hora de nuestras sesiones liberaba un suspiro que antes encubría en un bostezo. Ahora, a los diez minutos de consulta abre su boca como una aspiradora tratando de arrebatarme la energía que le estoy robando. No lo culpo, hace meses…
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