Ángel sabía que al escribir el punto final de este cuento moriría. Era algo inevitable: ya lo habían dicho Barthes y Foucault, y los franceses nunca se equivocan. Tras el pánico, la depresión y el reproche de no haberse dedicado a algo menos peligroso como la pedagogía o la contabilidad, pensó en lo que podría…
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