–¡Ya llegó la comida! –gritó Gustavo justo antes de abrir la puerta para recoger su pedido, asegurándose de que el repartidor lo escuchara. Siempre que estaba solo en casa y alguien tocaba a la puerta, fingía que hablaba con alguien más para que así, quien quiera que estuviera detrás de la desgastada madera rectangular, pensara…
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